domingo, 29 de junio de 2014


SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
"A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos.."
Por el P. Clemente Sobrado

San Mateo  16,  13 - 19:

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.” Díceles Él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.” Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.”

Reflexión

Queridos amigos: Hay preguntas fáciles de responder, son aquellas en las que no nos sentimos nosotros afectados; pero hay preguntas muy complicadas, son aquellas preguntas en las que cada uno de nosotros se siente implicado. Responder por los demás, es fácil; responder por uno mismo, ya no resulta tan cómodo.

Cuando Jesús pregunta qué dicen los demás sobre Él, todos responden a coro. Pero cuando Jesús concreta más la pregunta: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Aquí la cosa se complica y solo responde Pedro.

Aquí la pregunta va más allá de “qué decimos nosotros de Jesús”. En el fondo es una pregunta muy personal: “¿Qué soy para vosotros?” Porque decir decimos muchas cosas, pero el problema está en qué sentido tiene Jesús en nuestra vida, qué lugar ocupa en nuestra vida...

Aquí la pregunta no la hacemos nosotros, sino que es Él mismo quien la hace. Por tanto, no se trata de preguntas que podamos evadir fácilmente porque son preguntas que nos cuestionan.

Sin embargo, a mí me gustaría invertir hoy la pregunta. Y que en vez de que sea Jesús quien pregunte, seamos nosotros quienes le preguntemos nosotros a Él: “Señor, qué dices tú de nosotros?” “Señor, ¿qué dices tú de tu Iglesia?”

Porque si es importante saber lo que nosotros decimos de Él, mucho más importante es saber qué dice Él de la Iglesia y qué dice de nosotros.

Porque nosotros hablamos mucho de Él y la Iglesia habla mucho de Él, pero no estoy seguro de que ni nosotros ni la Iglesia escuchemos demasiado lo que Él piensa de nosotros, cómo nos ve a nosotros.

Hoy, que diera la impresión de un aire nuevo oxigena a la Iglesia con la figura del Papa Francisco, es posible que muchos no estén de acuerdo. La mayoría sí. Y yo preguntaría: ¿”Y qué piensa y dice Jesús de esta Iglesia que vemos renacer, que la vemos sonreír, que la comenzamos a ver más alegre y simpática y atractiva?” Siempre somos nosotros los que damos nuestro juicio. Yo quisiera escuchar el juicio de Jesús sobre el Papa, los Obispos, los sacerdotes y el Pueblo de Dios.

Fuente: La Iglesia que camina

domingo, 22 de junio de 2014


LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
Por el P. José Antonio Pagola


San Juan  6, 51 - 58:

“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.” Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.”

Reflexión

Jesús creó un clima especial en aquella cena de despedida que compartió con los suyos la víspera de su ejecución. Sabía que era la última. Ya no volvería a sentarse a la mesa con ellos hasta la fiesta final junto al Padre. Quería dejar bien grabado en su recuerdo lo que había sido siempre su vida: pasión por Dios y entrega total a todos.

Esa noche lo vivía todo con tal intensidad que, al repartirles el pan y distribuirles el vino, les vino a decir estas palabras memorables: «Así soy yo. Os doy mi vida entera. Mirad: este pan es mi cuerpo roto por vosotros; este vino es mi sangre derramada por todos. No me olvidéis nunca. Haced esto en memoria mía. Recordadme así: totalmente entregado a vosotros. Esto alimentará vuestras vidas».

Para Jesús, era el momento de la verdad. En esa cena se reafirmó en su decisión de ir hasta el final en su fidelidad al proyecto de Dios. Seguiría siempre del lado de los débiles, moriría enfrentándose a quienes deseaban otra religión y otro Dios olvidado del sufrimiento de la gente. Daría su vida sin pensar en sí mismo. Confiaba en el Padre. Lo dejaría todo en sus manos.

Celebrar la Eucaristía es hacer memoria de este Jesús, grabando dentro de nosotros cómo fue él hasta el final. Reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo sus pasos. Tomar en nuestras manos nuestra vida y compromisos para intentar vivirlos hasta las últimas consecuencias.

Celebrar la Eucaristía es, sobre todo, decir como él: «Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar sólo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme en mi egoísmo; contribuyendo desde mi entorno y mi pequeñez a hacer un mundo más humano».

Es fácil hacer de la Eucaristía otra cosa muy distinta de lo que es. Basta con ir a misa a cumplir una obligación, olvidando lo que Jesús vivió en la última cena. Basta con comulgar, pensando sólo en nuestro bienestar interior. Basta con salir de la iglesia sin decidirnos nunca a vivir de manera más entregada.

La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?

El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

Fuente: Odres Nuevos

domingo, 15 de junio de 2014

 
FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Confiar en Dios
Por el P. José Antonio Pagola

 
San Juan  3,  16 al 18:

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
 
Reflexión
 
El esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.

Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.
 
Fuente: La Iglesia que camina

miércoles, 11 de junio de 2014


LA DIABETES Y SUS COMPLICACIONES
8 formas de prevenir las complicaciones de la diabetes


De seguro tienes a alguien en la familia que la padece, quizás algún amigo o amiga, Hasta es probable que conozcas personas que perdieron un miembro por esta enfermedad. Todo esto se debe a complicaciones de la diabetes.

La diabetes es una enfermedad que va en aumento, sobre todo en países en desarrollo. En el mundo hay más de 347 millones de personas con esta enfermedad. Las complicaciones son terribles, si no se lleva un adecuado control del azúcar y un buen estilo de vida.

¿Cómo prevenimos las complicaciones?

1. Control médico constante: No deje de visitar a su médico ni deje de hacerse los análisis que le indique, recuerde que la prevención es lo primordial.

2. Realiza mucho ejercicio: la actividad física es importantísimo para prevenir las complicaciones cardiovasculares. Sabías que un 50 – 80% de personas diabéticas mueren por causa cardiovascular.

3. Aprendizaje permanente: Busca grupos de apoyo, pueden estar cerca de tu comunidad o por internet, inscríbete en cursos sobre cuidado en pacientes diabéticos o a revistas donde den información de interés.

4. Medicación meticulosa: No dejes de seguir las indicaciones, la dosis, los horarios y el tipo de medicina es muy importante para el control de la glucosa.

5. Cuida mucho tus pies: al perder la sensibilidad en los pies se pueden originar pequeñas heridas, que finalmente son focos de infección. No dudes en pedir ayuda a un podólogo para que se encargue del cuidado de tus uñas. El tipo de zapato que uses también es muy importante, busca siempre aquellos que sean suaves.

6. Cuida tus ojos: la retinopatía diabética es muy común cuando hay un mal control de la glucosa. Asistir al oftalmólogo es la clave.

7. Mantén la piel hidratada: La sequedad en la piel hace que esta se pueda agrietar, ten en cuenta que es una vía de herida e infección. Las cremas hidratantes son muy útiles.

8. Mantén tu peso ideal: finalmente, el secreto para cuidar cualquier enfermedad y controlar la glucosa es mantener el peso saludable.

No le des facilidades a la diabetes. En tus manos está controlar esta enfermedad y tener una calidad de vida envidiable, sin miedos ni limitaciones.

Fuente: Mi enfermera

domingo, 8 de junio de 2014


PENTECOSTÉS
El Espíritu en nosotros
Por el P. Clemente Sobrado




Hechos de los Apóstoles  2, 1- 11:

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: “¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.”

Reflexión

Amigos, hoy celebramos la festividad de Pentecostés o Fiesta del Espíritu Santo. Nosotros hemos leído el relato de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, correspondiente a la primera lectura. La razón es muy simple, es que Lucas nos describe el acontecimiento de Pentecostés. Un relato lleno de simbolismo y que expresa más gráficamente la misión del Espíritu Santo en la Iglesia.

En primer lugar, el simbolismo de las lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de los discípulos.
En segundo lugar, el cambio tan radical que se lleva a cabo en los mismos discípulos, que esta mañana parecen totalmente desconocidos.

En tercer lugar, la universalidad del Evangelio y de la Iglesia.
En cuarto lugar, una de las funciones más importantes del Espíritu Santo: la unidad en la diversidad.

En el misterio de la Cruz brotó del corazón de Cristo la Iglesia.
En el misterio de la Ascensión Jesús envía a la Iglesia.

En Pentecostés, la Iglesia hace su primera presentación, como diríamos hoy, “hace su presentación en la sociedad”. Por eso, en la primera oración de la Misa, le pedimos: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica.”

La Iglesia está llamada a vivir un eterno Pentecostés porque es el Espíritu el que santifica y también el que la hace Iglesia misionera.

FUENTE: LA IGLESIA QUE CAMINA

viernes, 6 de junio de 2014

SAN MARCELINO CHAMPAGNAT
Hombre y obra por siempre


Se celebra el Día de Champagnat, un 6 de junio de 1840 ya que a la edad de 51 años fallece nuestro patrono y es la fecha que toda la familia marista del mundo escoge como central para rendir un merecido homenaje al hombre y a su obra. Al inscribir en el libro de los Santos de la Iglesia universal el nombre de Marcelino Champagnat, el Papa Juan Pablo II lo propuso como modelo para imitación de todos los católicos. Pero de San Marcelino son muchas las cosas que podemos imitar.

Nosotros, como exalumnos, debemos estar comprometidos por su labor formadora que fue trasmitida cuando cursábamos las aulas. Aquellos principios son lo que quedan a pesar de los años, y que en cada miembro de una u otra manera lo sabemos aplicar en nuestras vidas. Marcelino fundó el Instituto de los Hermanos Maristas para educar cristianamente a los niños y jóvenes, en especial a los más desatendidos. Y es aquí que todavía nuestra misión no está completa, existe mucho por hacer como grupo organizado y es nuestro deber seguir con su obra desde nuestro lugar en la sociedad. El Instituto de los Hermanos Maristas está presente en 74 países y cada uno tiene su propia experiencia de lo que es ser educador al estilo Champagnat.

Cada país donde estamos presentes tiene su propia historia marista y como familia universal tenemos una historia y una tradición. Esto es una bendición y aunque los hermanos maristas actualmente no sean muchos debido a las vocaciones en bajada, el legado dejado permenece intacto entre los laicos comprometidos haciendo más fuerte este sentimiento. Nuestra promoción Pablo VI, por intermedio de este medio informativo, se une al homenaje de un hombre que encontró en los niños y en su educación, la razón para vivir. Lleno de espíritu conciliador de nuestra Madre María inspiró su gesta que hasta ahora sigue haciendo obra. Cuando cursábamos el colegio ya era beato, hora después de ser elevado a los altares por Juan Pablo II, le agradecemos al "hermano mayor" su trabajo y dedicación mientras vivió e imitemos su fortaleza y perseverancia que el tiempo se ha encargado de valorar.

V. J.M.Ch

domingo, 1 de junio de 2014


LA ASCENSIÓN DE JESÚS
Aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”
Por el P. Clemente Sobrado

Mateo 28,  16 - 20:

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”

Reflexión

Queridos amigos: Los Discípulos no pudieron despedirse de Jesús cuando murió en la Cruz, solo uno de ellos y la Madre y algunas mujeres pudieron darle el último adiós. Posiblemente pensaron que lo habían perdido para siempre, hasta que la Resurrección se lo devolvió vivo.

Ahora en la Ascensión, Jesús los cita a todos al último encuentro y ellos pueden ser ya los testigos vivos del que muerto, resucitado, ahora vuelve al Padre y a su condición divina.

Resulta curiosa esa despedida. Muchos de ellos todavía seguían “dudando”, todavía su fe es débil y frágil. Sin embargo, Jesús se fía de ellos y les deja, como último testamento, y en herencia, continuar su propia misión. “Id y haced discípulos de todos los pueblos.” Primero, se fía de ellos incluso en su debilidad y flaqueza.

En segundo lugar, los pone en camino. Nada de quedarse ni a llorar su ausencia, ni a descansar. Es la hora del envío. Es la hora de los caminos del mundo. Mientras Él apenas salió de las fronteras de Israel, a ellos les encomiendo el mundo entero: “Haced discípulos de todos los pueblos.” No les dijo: "Esperen y a los que los busquen anúncienles el Evangelio." Por el contrario, vayan ustedes a buscarlos, salgan al encuentro con todos los hombres, ahora ya no hay ni judíos ni griegos. Ahora es la hora de la humanidad entera, vuestra patria es el mundo. La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles grafica muy bien este envío: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Ya no es la hora de mirar al cielo, sino de mirar a la tierra, mirar a los hombres de todos los pueblos.

En tercer lugar, les deja como una especie de secreto: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Seréis vosotros los que caminéis, pero no lo haréis solos, yo caminaré a vuestro lado. “Estoy con vosotros.” Bonita manera de decirnos también hoy a todos nosotros: “Cristianos, ¿qué hacéis mirando al cielo? A caminar, a recorrer los caminos del mundo con el Evangelio en el corazón, en la mente y en los labios."

FUENTE: LA IGLESIA QUE CAMINA
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