domingo, 19 de abril de 2015

 
APARICIÓN DE JESÚS A SUS DISCÍPULOS
“La paz con vosotros.”
Por el P. Clemente Sobrado
 
Lucas  24,  35 - 48:

Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: “¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.” Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer?” Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."“ Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su Nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.”

Reflexión

Queridos amigos: Las apariciones pascuales son una pedagogía de la fe en el resucitado. Una pedagogía del crecimiento y madurez de la fe. Hay en nuestro interior toda una serie de resistencias a creer en el Jesús resucitado que está vivo en medio de nosotros. Y hay toda una insistencia de Jesús en quebrar nuestras resistencias y clarificar nuestra fe hasta convertirnos en sus verdaderos testigos. Si os fijáis en el texto de Lucas, nos encontramos con tres actitudes que ponen de manifiesto las actitudes de los discípulos: “llenos de miedo por la sorpresa”, “creen ver un fantasma” y “no acaban de creer por la alegría”. ¿Cuál es el resorte principal de Jesús para avivar la fe de los suyos? Lo primero que les pide es “que miren sus manos”, que “toquen sus manos”, “que palpen sus manos”.

No les dice: “miren mi cara”, “vean mi rostro”. Jesús quiere que “contemplen y palpen sus manos”. Es que las manos son, de alguna manera, las que mejor nos identifican a cada uno de nosotros. Todos cuidamos muy bien la piel de nuestro rostro; sin embargo, donde mejor se nos conoce es en nuestras manos porque son ellas las que mejor expresan la verdad de nuestro corazón, de nuestro amor. Las manos encallecidas del obrero, las manos que se abren para estrechar las manos del amigo, las manos que acarician, las manos que se juntan para orar a Dios.

Mirar las manos de Jesús, es contemplar la verdad del amor con que Dios nos ama. Manos heridas de dolor y de amor, crucificadas por los demás. Mirar nuestras manos es tomar conciencia de qué hacemos por el mundo, qué hacemos por los hermanos, qué hacemos por cambiar las cosas. Es recordar el pan que hemos compartido. ¿No podíamos también nosotros hoy contemplar las manos del resucitado y también nuestras manos?

domingo, 12 de abril de 2015

 
PENTECOSTÉS
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
Por el P. Clemente Sobrado
 
San Juan  20,  19 -31:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.” Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: “La paz con vosotros.” Luego dice a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.” Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío.” Dícele Jesús: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”

Reflexión

Queridos amigos: Hoy vamos a ver a Jesús formando la primera comunidad pascual. La Pasión los dispersó y ahora sólo los une el miedo. Viven como prófugos escondidos porque no saben lo que pueda pasar con ellos.

Pero ahí está de nuevo vivo Jesús que se pone en medio de ellos porque Él es el centro de la comunidad. De nuevo vuelve a ser el centro del grupo. Lo primero que hace es reconciliarlos con Él. Es lógico que estuviesen avergonzados de haberle fallado, por eso el primer saludo es reconciliación: “Paz a vosotros.” En segundo lugar, se identifica y les muestra su autenticidad. No es un fantasma, es el mismo de siempre, aunque de manera diferente. Ahora está resucitado y por eso les enseña las manos con las heridas de los clavos, signo de su muerte.

En un tercer lugar, los resucita espiritualmente también a ellos. Les regala su vida de resucitado dándoles su propio espíritu. “Recibid el Espíritu Santo.” En cuarto lugar, les encomienda continuar su propia misión: “Como el Padre me ha enviado, también os envío yo.” Comenzando por ser testigos del amor en el perdón: “A quienes perdonéis.”

Cuatro pasos esenciales que todos debiéramos tener en cuenta a la hora de querer revitalizar nuestras comunidades. Comunidades de discípulos, Jesús no quiere comunidades con las puertas cerradas, sino con todas las puertas abiertas. Abiertas al amor y abiertas al anuncio del Evangelio. Comunidades conscientes de sus debilidades y, por eso, comunidades donde el perdón será cada día el camino de la reconstrucción de la comunidad eclesial herida constantemente por el pecado. Por eso también llamamos a este segundo Domingo, el “Domingo de la Misericordia Divina” a la que yo añadiría y también humana.

domingo, 5 de abril de 2015


DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
HA RESUCITADO EL SEÑOR !
¡La muerte ha dejado de ser muerte y se ha convertido en vida!
Por el P. Clemente Sobrado

San Juan  20,  1 - 9:

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.” Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Reflexión

Queridos amigos: ¡Ha resucitado! ¡Hemos resucitado! ¡La muerte ha dejado de ser muerte y se ha convertido en vida! Me váis a permitir que os relate lo que Javier Jafo, en su Homilía el domingo de Pascua, nos cuenta. Es algo que tuvo lugar en una prisión de la policía secreta de Moscú durante los duros días de la guerra fría y la represión religiosa de la ex-Unión Soviética.

La Señora Arsenjeff escuchó cómo una compañera de celda le decía al oído: “¡Mañana es Pascua de Resurrección!”, y pensó en el inmenso gozo de ese día del que ella parecía excluida. Mientras caminaba por la galería, se rompió el duro silencio con un grito: “¡Cristo ha resucitado!” Era su compañera de celda, cuyos ojos brillaban de alegría en medio de su tristeza. Se hizo un silencio que se mascaba. De pronto, de cada una de las celdas fue saliendo, una respuesta tras otra: “¡Verdaderamente ha resucitado!” Los vigilantes quedaron sorprendidos y aturdidos y se llevaron a rastras a la mujer del rostro pálido. A los cuatro días, la mujer volvió a su celda, pálida y demacrada: había pasado la Pascua en una fría y oscura celda de castigo. Al ver a su compañera, le susurró al oído: “Ya ves, me he atrevido a gritar el mensaje de Pascua y he podido hacerlo. Todo lo demás carece de importancia.”

Amigos, y nosotros, ¿seremos capaces de gritar hoy desde el fondo de nuestro corazón: ¡Hoy es Pascua! ¡Jesús ha resucitado! ¡Nosotros hemos resucitado! Ya no hay muerte, la vida ha triunfado? ¡Qué maravilloso sería que hoy nos asomásemos todos a la ventana o cogiésemos el teléfono y llamásemos a todo el mundo gritándoles: ¡Hermano, Jesús ha resucitado y nosotros con Él! Cuando hoy nos digamos unos a otros: “Felices Pascuas” que sea el anuncio gozoso de que Jesús está vivo y ha vencido a la muerte. Miguel Humberto, Nando y este hermano vuestro, desde aquí os decimos: “Es verdad, está vivo, ha resucitado.” Hoy sí podemos cantarle a Jesús.

jueves, 2 de abril de 2015


EL AYUNO QUE AGRADA AL SEÑOR EN LA FIESTA MÁS IMPORTANTE DE FE
UNA REFLEXIÓN POR JUEVES SANTO
Por Juan Borea Odría


Hemos iniciado la Semana Santa con el Domingo de Ramos, en que recordamos la entrada de Jesús a Jerusalén. Para prepararnos a esta fiesta, fundamental en nuestra vida de fe, hemos tenido presente el ayuno. Pero ¿cuál es el ayuno que agrada a Dios? No necesariamente el de la mortificación, sino el de la solidaridad y la justicia. Sí, a veces hay que renunciar a algo que nos agrada, pero el valor no es la renuncia en sí, sino aquello que conseguimos renunciando. Dejar de consumir algo para darle al que le hace falta, dar de nuestro tiempo para servir al hermano, arriesgar nuestra tranquilidad e incluso nuestra vida por causa de la justicia: ese es el verdadero valor del ayuno.

En el inicio de la Semana Santa compartimos con nuestra comunidad educativa lo que nos dice el libro de Isaías en su capítulo 58. Isaías se dirige al pueblo judío del siglo VII antes de Cristo, pero su mensaje tiene la actualidad de la inspiración de la Palabra de Dios.

Este es el ayuno que yo amo —oráculo del Señor—:
soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo,
dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos;
Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo;
cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne.

Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar;
delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor.
Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!"

Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna;
si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria,
tu luz se a
lzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía
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