TEOLOGÍA “LAICAL”: REFLEXIÓN SOBRE LA VIDA
Inicio estas líneas señalando que uso el término laical para ser comprendido, pero no por convencimiento. Creo que uno de los problemas que ha tenido y sigue teniendo nuestra teología cristiana a pesar de algunos avances, es la distinción entre clérigos, religiosos y laicos que oculta lo que es fundamental: que somos una iglesia (comunidad) de discípulos de Jesús con un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Dentro de esta comunidad de discípulos hay diferentes ministerios que surgen de las necesidades mismas de cada comunidad, y que son desempeñados por aquellos que sienten el llamado y tienen los carismas. Hay también distintas opciones de vida que obedecen a diversas vocaciones y situaciones, pero todas enmarcadas en lo esencial: ser discípulos de Jesús. Un ministro ordenado o una religiosa no dejan de ser parte de esa comunidad de fe; si algo rechazó Jesús fue la separación (el término fariseos viene de “separados”) de un grupo que atrincherado en su concepto de “pureza” y el manejo de ritos se creía mejor que el resto; también rechazó a quienes se erigieron como intermediarios de Dios a partir del control del culto. No en vano el evangelio hace notar que al morir Jesús el velo del templo se rasgó: el Cristo convoca a otra manera de ver la fe centrada en el amor, el respeto a la persona, la justicia y la verdad. Con un llamado universal al seguimiento.
El texto de Aparecida (tan rápidamente olvidado) tiene como tema central los discípulos y misioneros; engloba a todos los creyentes en esas categorías, aunque reconoce vocaciones específicas. Todo su desarrollo, fuera de las catorce páginas del apartado 3 del capítulo 5, está dirigido a la totalidad del pueblo de Dios.
No estaríamos hablando de teología laical si antes, por razones históricas, la mayoría de bautizados no hubiese sido excluido en la práctica de la tarea de pensar su fe y construir la comunidad. De no haber ocurrido eso, estaríamos hablando de teología cristiana; pero es válido levantar este término por un tiempo, hasta que volvamos a la normalidad perdida (como es válido el feminismo mientas subsista el predominio del varón).
En este marco quisiera señalar la importancia de mirar el tiempo que vivimos, la vida cotidiana, lo social, político y cultural, como el primer paso para hacer teología. La observación atenta y crítica de lo que sucede (signos de los tiempos) nos dará los puntos de partida para desarrollar una reflexión de fe cristiana auténtica. Es claro en los textos de los profetas y en los evangelios que la sistematización teológica no pueden ignorar ni desarrollarse al margen de la vida.
No es siempre fácil, pues el ritmo que llevamos en la sociedad actual es intenso y no nos deja espacios para documentarnos, para conocer, y menos para reflexionar. De allí que una de nuestras tareas para hacer teología es reconocer las condiciones en que vivimos, y partiendo de ellas buscar (y luego defender) espacios y tiempos de reflexión personal y grupal. Una vez conseguido esto, hay que ir a la búsqueda de la información; tarea difícil porque hoy tenemos abundancia de datos, pero presentados por los medios de comunicación de manera banal o buscando “lo que le gusta a la gente”. En esa abundancia deberemos hacer un proceso de discernimiento para encontrar lo que es significativo, aquello que nos permite la aprehensión del mundo. Ya seleccionada la información veraz y pertinente hay que procesarla, relacionarla con nuestros conocimientos previos; analizarla, buscar las relaciones de causa y efecto.
En este proceso debe estar siempre presente la Palabra de Dios; hacerla presente requiere tener cierto conocimiento de los textos, de cómo fueron escritos y lo que nos quiere decir. Habrá entonces que buscar capacitación para aprovechar al máximo la luz de la Palabra para que ilumine lo que vivimos.
El texto de Aparecida (tan rápidamente olvidado) tiene como tema central los discípulos y misioneros; engloba a todos los creyentes en esas categorías, aunque reconoce vocaciones específicas. Todo su desarrollo, fuera de las catorce páginas del apartado 3 del capítulo 5, está dirigido a la totalidad del pueblo de Dios.
No estaríamos hablando de teología laical si antes, por razones históricas, la mayoría de bautizados no hubiese sido excluido en la práctica de la tarea de pensar su fe y construir la comunidad. De no haber ocurrido eso, estaríamos hablando de teología cristiana; pero es válido levantar este término por un tiempo, hasta que volvamos a la normalidad perdida (como es válido el feminismo mientas subsista el predominio del varón).
En este marco quisiera señalar la importancia de mirar el tiempo que vivimos, la vida cotidiana, lo social, político y cultural, como el primer paso para hacer teología. La observación atenta y crítica de lo que sucede (signos de los tiempos) nos dará los puntos de partida para desarrollar una reflexión de fe cristiana auténtica. Es claro en los textos de los profetas y en los evangelios que la sistematización teológica no pueden ignorar ni desarrollarse al margen de la vida.
No es siempre fácil, pues el ritmo que llevamos en la sociedad actual es intenso y no nos deja espacios para documentarnos, para conocer, y menos para reflexionar. De allí que una de nuestras tareas para hacer teología es reconocer las condiciones en que vivimos, y partiendo de ellas buscar (y luego defender) espacios y tiempos de reflexión personal y grupal. Una vez conseguido esto, hay que ir a la búsqueda de la información; tarea difícil porque hoy tenemos abundancia de datos, pero presentados por los medios de comunicación de manera banal o buscando “lo que le gusta a la gente”. En esa abundancia deberemos hacer un proceso de discernimiento para encontrar lo que es significativo, aquello que nos permite la aprehensión del mundo. Ya seleccionada la información veraz y pertinente hay que procesarla, relacionarla con nuestros conocimientos previos; analizarla, buscar las relaciones de causa y efecto.
En este proceso debe estar siempre presente la Palabra de Dios; hacerla presente requiere tener cierto conocimiento de los textos, de cómo fueron escritos y lo que nos quiere decir. Habrá entonces que buscar capacitación para aprovechar al máximo la luz de la Palabra para que ilumine lo que vivimos.
Esto nos compromete también a estar inmersos en la vida, vibrando con los gozos y esperanzas, y sufriendo con las tristezas y los fracasos del mundo (recordemos Lumen Gentium, uno de los textos más motivadores del Concilio Vaticano II). Un cristiano alimentado por su reflexión, por la oración, por la vivencia comunitaria de la eucaristía, actúa sobre el mundo desde el lugar que tiene en la sociedad, y también desde la política. El fuego interior que da el sentirse amados y llamados por Jesús impulsa necesariamente a ser testigos del Evangelio y a dar nuestro aporte en la construcción del Reino de Dios.
La acción sobre el mundo nos lleva a cerrar el círculo virtuoso buscando la reflexión teológica que de sentido a lo vivido y nos impulse a continuar con nuestra presencia en el mundo.
El reto es grande, pero por eso mismo atractivo; para afrontarlo debemos ir destruyendo paradigmas heredados del clericalismo. Como dice el profeta, “para edificar destruirás y plantarás”. Hay que destruir primero, y plantar a continuación. Que el Señor nos acompañe en este camino.
La acción sobre el mundo nos lleva a cerrar el círculo virtuoso buscando la reflexión teológica que de sentido a lo vivido y nos impulse a continuar con nuestra presencia en el mundo.
El reto es grande, pero por eso mismo atractivo; para afrontarlo debemos ir destruyendo paradigmas heredados del clericalismo. Como dice el profeta, “para edificar destruirás y plantarás”. Hay que destruir primero, y plantar a continuación. Que el Señor nos acompañe en este camino.
Juan Borea Odría
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