El movimiento es vida y la vida es movimiento, al cesar este se detiene la vida y sobreviene la muerte, la fuerza motriz de esta dinámica es la contradicción, la permanente unidad y lucha de contrarios que nos hace seguir caminando donde el equilibrio es un momento efímero y casi siempre imperceptible y por lo tanto difícil de alcanzar; siempre hubieron y habrán percepciones contrapuestas sobre un mismo asunto, saber ponderar y respetar los diversos puntos vista libera nuestro espíritu y expande nuestras mentes, encerrarse en una idea fija y denostar lo que el resto pudiera pensar no hace más que empequeñecer nuestro horizonte, siempre será importante lo que el otro tiene que decir.
La unidad de lo diverso lo encontramos a cada paso, y la historia es un mosaico inacabado de esta dinámica. Hace muchos siglos atrás allá, por el año 400 a.c. en Atenas, coincidieron dos filósofos con ideas totalmente opuestas y formas de vida también contrarias, me refiero a Aristipo de Cirene practicante asiduo del hedonismo y fundador de la escuela cirenaica y a Diógenes fundador de la escuela cínica y vivió voluntariamente pobre y con una lamparita en pleno día caminaba por las plazas buscando un “hombre”.
Aristipo construía todo su sistema de pensamiento en la satisfacción de los sentidos a través del placer inmediato, todo aquello que potenciara la sensualidad y permitiera su disfrute era no solo permitido sino necesario y sagrado y en consecuencia para lograr sus fines se acomodó como cortesano y consejero del rey; por otro lado, Diógenes estaba convencido que lo mundano era nocivo y el placer un obstáculo para el espíritu y concluyó que era necesario despojarse de toda propiedad y sentíase más próximo de los perros que aquellos que disfrutaban del boato y la buena vida, en consecuencia, también, vivió hasta anciano dentro de un tonel vacío y compartía su frugal comida con los perros vagabundos que lo rodeaban.
Sucedió que cierta mañana Aristipo paseaba muy perfumado y elegantemente vestido y se topó con el tonel de Diógenes quien comía un sobrio plato de lentejas acompañado de sus inseparables perros, entonces se dirigió a él y le dijo:
- Diógenes, si hubieras aprendido a ser sumiso con el rey no estarías ahí tirado en la miseria comiendo lentejas.
Y Diógenes de inmediato replicó:
- Y tú, si hubieras aprendido a comer lentejas no tendrías que humillarte ante el rey para vivir con las sobras del lujo.
Mario Domínguez Olaya
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