Con el primer domingo de adviento hemos iniciado este tiempo litúrgico con el que la Iglesia propone a sus integrantes reflexionar sobre el misterio de la Navidad. Reflexión que se hace más necesaria en estos días en que la publicidad, la falsa ternura y otras adherencias van difuminando la razón de la fiesta.
Quede claro que no estamos contra una serie de hermosas tradiciones que ayudan a reforzar el sentido de familia, ni la amistad. Pero sí afirmamos que para quienes confesamos a Jesús como Dios y Amigo, todas estas tradiciones no deben ocultar el motivo fundamental de nuestra alegría. ¿Qué celebramos?
Celebramos que un Dios lleno de poder, creador del mundo, nos ama a cada uno de nosotros; y nos ama de tal manera que decidió hacerse ser humano, vivir nuestras limitaciones, experimentar el dolor y la tristeza, para liberarnos de manera plena. Celebramos a un Dios que decidió hacerse presente como necesitado (pues nada hay tan indefenso y débil como un recién nacido). Celebramos que ha venido a compartir también nuestra alegría y momentos de plenitud.
Celebrar la Navidad no es algo neutral; cuando celebramos el auténtico misterio de la encarnación nos estamos identificando con una postura concreta ante la sociedad: es optar, como Jesús lo hizo, por difundir un Reino de Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia, Perdón. Y aceptar que esta opción no siempre será cómoda ni bien aceptada por todos.
Que estas cuatro semanas sean ocasión para reencontrarnos con la persona de Jesús, para leer su Palabra y para orar personalmente, en familia y en comunidad.
Quede claro que no estamos contra una serie de hermosas tradiciones que ayudan a reforzar el sentido de familia, ni la amistad. Pero sí afirmamos que para quienes confesamos a Jesús como Dios y Amigo, todas estas tradiciones no deben ocultar el motivo fundamental de nuestra alegría. ¿Qué celebramos?
Celebramos que un Dios lleno de poder, creador del mundo, nos ama a cada uno de nosotros; y nos ama de tal manera que decidió hacerse ser humano, vivir nuestras limitaciones, experimentar el dolor y la tristeza, para liberarnos de manera plena. Celebramos a un Dios que decidió hacerse presente como necesitado (pues nada hay tan indefenso y débil como un recién nacido). Celebramos que ha venido a compartir también nuestra alegría y momentos de plenitud.
Celebrar la Navidad no es algo neutral; cuando celebramos el auténtico misterio de la encarnación nos estamos identificando con una postura concreta ante la sociedad: es optar, como Jesús lo hizo, por difundir un Reino de Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia, Perdón. Y aceptar que esta opción no siempre será cómoda ni bien aceptada por todos.
Que estas cuatro semanas sean ocasión para reencontrarnos con la persona de Jesús, para leer su Palabra y para orar personalmente, en familia y en comunidad.
Juan Borea Odría
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