domingo, 20 de julio de 2014


LA PARÁBOLA DE LA CIZAÑA
 "Dejad que ambos crezcan juntos hasta la cosecha"
Por el P. Clemente Sobrado

San Mateo 13,  24 - 43
(Nosotros leemos los versículos del 24 al 30)

Les propuso otra parábola, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a arrancarla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."

Reflexión

Queridos amigos: El pasado domingo hablábamos del sembrador y los distintos estilos de tierra y también hablábamos de las distintas respuestas del hombre a la Palabra de Dios. Hoy sigue el mismo tema de la semilla pero desde otra perspectiva. Aquí el centro ya no es la respuesta del hombre, sino que no solo Dios siembra, que también hay otros que siembran. Siembran de noche, mientras la gente está dormida.

El Reino de Dios no está constituido solo de gente buena, también hay gente mala. No solo crece el trigo, también crece junto al trigo la cizaña. La primera reacción de los obreros es arrancar la cizaña, pero el Señor se lo impide. Hay que dejarlos crecer juntos. Como veis, Jesús nos da una serie de lecciones en esta breve y sustanciosa parábola.

En primer lugar, en el Reino hay buenos y malos que crecen juntos. Porque no solo Dios siembra la buena semilla en nuestros corazones. Hay otros que también siembran en el mal.

En segundo lugar, Jesús nos invita a no escandalizarnos de los malos que hay y caminan a nuestro lado. Lo cual implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos puedan algún día ser buenos.

En tercer lugar, no somos nosotros quienes hemos de decidir la suerte de los malos. Dios espera el momento. Y el momento no es ahora, sino al final, porque sólo Dios es quien ha de juzgar a unos y a otros. Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya malos. Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos que crecer juntos, codo a codo los unos con los otros. Una bella imagen para la Iglesia.

Fuente: La Iglesia que camina

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