LA NECESIDAD DEL RIESGO EN EL PROCESO FORMATIVO
Un estudio desarrollado hace poco en Inglaterra demostraba que los “parques seguros” construidos desde hace algunos años están trayendo como consecuencia mayor cantidad de accidentes; pues lo niños que allí concurren no desarrollan las habilidades de autodefensa y de medir el riesgo en otros ambientes, por lo cual en su vida cotidiana están mucho más expuestos a accidentes o agresiones.
Este estudio nos da pie para hablar sobre la necesidad de vivir riesgos en el proceso formativo.
Hoy las familias tienen una tendencia a la sobreprotección de los hijos; hay muchas causas posibles, como el hecho que se tiene en promedio sólo uno o dos hijos; la inseguridad ciudadana con delitos, secuestros y tránsito vehicular; situaciones personales que se proyectan en el hijo, etc. La consecuencia es que rodeamos al niño o niña de tal cantidad de precauciones que lo vamos convirtiendo en una persona temerosa, incapaz de enfrentar los inevitables conflictos, y con muchas probabilidades que genere una personalidad egoísta.
En el Héctor* formamos para un desarrollo integral de nuestros estudiantes, y ello implica una dosis de actividades en las cuales hay riesgo: deportes, paseos, promoción comunal en pueblos jóvenes, presencia en actividades públicas, protagonismo estudiantil. Es un riesgo calculado y con controles, pero riesgo al fin. Y todos quienes integramos esta familia debemos estar dispuestos a correrlo. Así, en un partido de fútbol existe la posibilidad de una fractura o herida; subir un cerro incluye la eventualidad de caerse; tomar una movilidad trae el peligro de un choque; autorizarlos a ir a una fiesta los puede exponer a la oferta de alcohol o drogas.
Educar en este sentido no es igual a temeridad; padres y maestros intentamos prever los peligros y dificultades, y vamos preparando progresivamente al niño y adolescente a calcular ellos mismos los riesgos que les presenta cada situación, a tener habilidades físicas, síquicas y afectivas para salir airosos. Los acompañamos pero al mismo tiempo los dejamos experimentar, orientándolos en caso de fracasos o fallas que de todas maneras tendrán, para convertirlos luego en factores de éxito. Y vamos espaciando nuestro acompañamiento en la medida que los chicos logran sus propias autonomías.
Un niño que no ha sido entrenado para todo esto será un adulto dependiente, inseguro e infeliz. Que nuestro natural temor a lo desconocido no sea un freno en el desarrollo de nuestros hijos e hijas.
Juan Borea Odría
(*) Institución educativa de Juan Borea
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