SOMOS INDIFERENTES POR NATURALEZA
Cuando solo vivimos por nosotros y para nosotros
Estamos inmersos nuevamente en el tema de LA VIOLENCIA, aquella que se apodera de los estadios, de los conciertos de música popular, de las pandillas callejeras, etc. La muerte a veces es la consecuencia de estos actos y todos sabemos que la última víctima es Walter Oyarce. Nadie quiere ser responsable de su muerte, nadie asume el compromiso de tomar las riendas en la solución de este crimen. Sin embargo estamos acostumbrados de llenarnos de palabras y de titulares inmensos sobre el problema y después es olvidado, hasta que otra tragedia se asome nuevamente.
Es este ciclo que hace que nos volvamos, jueces, fiscales, policias, periodistas y hasta psicólogos, pero a la hora de actuar -cuando está en nuestras manos hacerlo- no nos involucramos para nada y todo queda como ajeno. LA INDIFERENCIA también mata, y mata la esperanza, la justicia, la solidaridad y lo social. El amor que todos debemos tener por nuestros semejantes se desvanece en nuestros propios asuntos de manera egoísta.
Hay algo que para mí si es sumamente preocupante y no es la perversidad de los malvados, sino la gran indiferencia de los buenos. Hay muchos que dicen: "Ya estoy cansado de hacer las cosas bien y nada cambia; otros comentan: En este país es todo lo mismo; los hay que gritan a voz en cuello: Hay muchos que nos gobiernan en diferentes puestos públicos y que son unos vividores, no faltan aquellos que no les importa nada y lo mismo les da Juana que su hermana", de todo hay en la Viña del Señor.
El autor de la siguiente nota es Wilfredo Pérez Ruíz, docente, ambientalista, periodista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. Sus inquietudes por la defensa del quehacer ambiental le permitió convertirse en el más cercano colaborador y discípulo del recordado conservacionista peruano Felipe Benavides Barreda. Como parte de su compromiso con esta causa nacional, se vinculó con las colectividades andinas dedicadas al manejo de la vicuña. En 1986, fue nombrado apoderado legal de la comunidad campesina de Lucanas (Ayacucho, Perú), cuyas tierras albergan el 60 por ciento de la población de este camélido y asesor ad honorem de la Comisión de Ecología del Senado de la República (1985-1987).
LA INDIFERENCIA DEL PERUANO
Por Wilfredo Pérez Ruiz
Somos una sociedad visiblemente fragmentada, no sólo por ancestrales desigualdades económicas y sociales. Si bien poseemos una variada riqueza en el fondo creemos que el éxito de uno se hace, finalmente, a partir de la frustración de otro. Existe una visión individualista e insolidaria en nuestra relación con el entorno.
El pueblo peruano se caracteriza por su debilidad institucional, desinterés en la suerte que corren sus miembros y creciente enajenación respecto de los demás. Rehuimos apropiarnos del medio porque no asociamos lo que nos rodea como propio. Es decir, no incorporamos a la comunidad de la que formamos parte y, por cierto, procedemos como observadores y agudos críticos de los dramas ajenos. Nada más!
La indiferencia es parte de nuestra forma de ser. Nos interesa poco nuestra historia, los derechos constitucionales, la economía, la política, la literatura, entre otros múltiples asuntos que estamos obligados a asumir para conocer, apreciar e identificarnos como nación. Estamos sumergidos en un profundo “pozo” de atraso, incultura, ausencia de valores y buenos modales, entre otros males. Pero, a nadie le importa.
Cada uno vive sus apuros y retos ante la supervivencia diaria. No buscamos alternativas organizadas para enfrentar conflictos comunes, somos incapaces de mirar al vecino con sentido solidario, tenemos una autoestima resquebrajada que impide defender nuestros derechos y, además, practicamos ese deporte consistente en “diagnosticar” -cada vez que estamos con unas copas en la mano- los problemas de la patria y evadimos convertirnos en actores del cambio que demandamos. Nuestro país ha tenido un progreso concentrado en su franja costera. De allí que el habitante de esta zona ha vivido ignorando al Perú. El genial y soberbio dramaturgo, narrador y poeta Abraham Valdelomar (1888-1919) afirmaba: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais y el Palais Concert soy yo”. El Palais Concert era un célebre café-cine-bar, inaugurado el 29 de febrero de 1913, ubicado en la esquina del Jirón de la Unión y la avenida Emancipación (cercado de Lima) y aunque no existe fuente escrita que sustente la existencia de esta expresión, su significado es claro: El centralismo como uno de los males que dificulta entendernos.
Históricamente los ámbitos andinos han sido postergados y olvidados aún en los momentos más dramáticos de la república. Recordemos la indiferencia con que se asumió la presencia de Sendero Luminoso en estos lugares. El habitante limano (como se decía en la época colonial) solo reaccionó -ante la violencia perpetrada por este grupo terrorista entre 1980 y 1992- cuando su accionar amenazaba la capital. Igual apatía merecieron las comunidades Asháninkas, víctimas de innumerables matanzas en aquellos años.
Por otra parte, hace un tiempo encontré en el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro Salinas, una reflexiva respuesta de Mario Vargas Llosa a la pregunta ¿Qué te enfurece más del Perú?: “Me enfurece sus inmensos contrastes culturales, económicos. Me enfurece el egoísmo y la ceguera de los peruanos privilegiados. Me entristece terriblemente la incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y rencores de los peruanos en general. Me entristece mucho la gran mediocridad de sus dirigencias políticas, la incultura general de la sociedad peruana. Y la perseverancia en el error, que es una característica nacional, en el campo político, económico y social”.
Interesante aseveración del Premio Nobel de Literatura (2010). “Perseveramos” en equivocarnos y así lo dejamos notar al elegir a nuestras autoridades. Somos ineficientes para replantear nuestro contexto y aceptarnos -con diferencias y complejidades- como colectivo humano con un pasado común. No solo debiéramos alardear con determinados y ocasionales “lauros” y “maravillas del mundo”. El orgullo tiene que reflejarse en nuestra permanente e inequívoca actitud personal.
No poseemos una disposición triunfadora y tampoco alentamos nuevas realizaciones en los demás. En pocas palabras, la victoria “divide”, mientras el fracaso “une”. Para el que se cae, el éxito confirma las injusticias del sistema. Mientras para el triunfador, esto consagra sus virtudes individuales. Esta mirada refleja conformismo y falta de seguridad en el futuro. Requerimos sublevar el alma de los peruanos y sacudirnos de la sumisión, la apatía y la resignación que alimenta nuestro día a día.
Cuando entenderemos que este comportamiento nos divide y debilita. Forjemos -en todos los niveles- la solidaridad, la integración y el compromiso a fin de asumir el porvenir con sentimientos esperanzadores. Esa tarea empieza en la educación familiar, escolar y universitaria y, por cierto, en medios de comunicación y actores representativos de la sociedad. Tengamos presente lo señalado por el escritor estadounidense Tom Clancy: “El hombre es una criatura de esperanza e incentiva y ambas cualidades desmienten la idea de que no es posible cambiar las cosas”.
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