Capítulo Dos
EL AMERICANO
EL AMERICANO
La queja de la madre de Jorge fue aceptada por el Director del Centro Educativo, de esta manera fue cambiado inmediatamente de salón al cuarto B. Había sido un cambio evidente y necesario, el cuarto C estaba ocupado por muchachos cuyo promedio de edad era mucho mayor que el de Jorge y era reconocido como el más maleado. Había resultado ser Jorgito, el más chiquito y el mas flaquito, razón por ello evidentemente no debió nunca ingresar en tal grupo.
Pasó al salón B, la cosa era más equilibrada, al menos parecía, el promedio de talla era menos diferenciado, un suspiro prematuro de tranquilidad, significaron su sentimiento de mejoría al recordar la experiencia del día anterior. Inmediatamente entabló conversación con más de un compañero de las carpetas vecinas, pero vana tranquilidad, detrás del, se iba preparando una nueva desagradable sorpresa.
El profesor demoraba en llegar y la bulla en el salón era tremenda, sorpresivamente el compañero de la carpeta detrás de la suya se paró encima de su respectivo asiento y bajándose la bragueta saco su miembro viril y dirigiéndose a la carpeta delantera subsiguiente a la de Jorge, agarrándolo con sus manos lo puso frente a la cara de José Cavassa, un flaquito del tamaño de Jorge pero que llevaba cuatro años en ese salón. ¡Esto es lo que te gusta mamacita…Mira mariquita!, las risas burlonas de la mayoría se contrastaron con la mirada de desprecio y asombro de Jorge y otros nuevos no acostumbrados a tales bestialidades. Gritaba y mostraba agitando el pene y ufanándose de su tamaño retaba a los demás compañeros a compararse con el suyo.
Inmediatamente apareció en escena uno de los grandulones del salón y al parecer uno de los más respetados. ¡Hazte a un lado estúpido!, y tomando a José por su cintura lo sentó en sus piernas lo abrazó y gritó con sarcasmo ¡Esta hembrita es mía! Provocando las risas de la mayoría. El rostro de José, mostraba una triste resignación, era la lorna del salón, el mariconcito forzado del Cuarto B. A estas alturas de los hechos, Jorge se preguntaba ¿cómo había venido a parar ahí?
Lugo apellidaba el primero, con una pinta de Pericote de Renovación, achorado a no más, era uno de los adornos del salón más representativos, Oblitas era el segundo, el más respetado en el salón, tenía casi los diecisiete años, repitente contumaz, hablaba, bromeaba, alguna vez amenazaba, pero como Perro que ladra, nunca se le vio en algún cruce de golpes.
En medio de las carcajadas apareció el profesor Miguel Parra, bajito esmirriado con pinta de serrano Huancaíno, pero eso sí, amenazante con su sola mirada puso al salón en el más absoluto orden y silencio en una fracción de segundos.
Su discurso inicial fue breve y claro, llamó a todos a la responsabilidad, a tener en cuenta el difícil momento que vivía el país, sus inclinaciones socialistas no fueron ajenas a sus palabras, eran los tiempos del gobierno militar de Velazco y la crisis económica era muy difícil de sobrellevar en hogares como el de Jorge, que trataban más que nada de sobrevivir lo mas dignamente posible.
Inmediatamente paso lista, llamando la atención al nuevo alumno, recién llegado; ¡Haber alumno Jorge Corcuera, por lo visto no le gustó el salón vecino, preséntese usted!, inmediatamente se puso de pie con tono firme y en voz alta dio su presentación personal a lo que retruco el maestro ¿Y de que colegio viene Usted? En tono medio irónico como sabiendo la respuesta, ¡Del Centro Educativo Parroquial Nuestra Señora de…! Interrumpió en este momento el maestro y más irónico y burlón retrucó nuevamente, ¡Tenía que venir de un colegio de curas, un angelito era lo único que nos faltaba!
Las burlas en el salón, no se hicieron esperar, no faltaron los sobones alrededor de Jorge, que hicieron barra a las palabras del profesor, ¡Aquí se ha venido a estudiar, no necesitamos rezar, si quieres salir adelante, solo tienes que estudiar y nada más!
¡Yo soy Cristiano, y cuando sea grande voy a ser sacerdote y eso no es chiste!, tímidamente respondió así a las palabras de Parra, quién ya no miró con buena cara al alumno nuevo.
¡Bien, bien, y que te enseñaron en ese colegio además de rezar quizás sabrás cantar o recitar!, ¿sabes quien fue Bolognesi o Miguel Grau o quien fue Pachacutec?, ¡Si señor y sepa usted que se cantar y recitar también!
El profesor conminó a Jorge a pasar al frente ¡A ver recítanos algo que sepas! Y Jorge recitó un extracto del poema de Chocano “Indio que asomas…”, terminada la poesía le retrucó ¡Ahora canta! Y Jorge le repreguntó ¿En ingles o castellano?, ¡Que sea en ingles, y Jorge cantó un estribillo de una canción de moda en una suerte de inglés champero, como lo recordarían muchos, ¡Este colorado, parece un gringo de combate!, ¡tiene los ojos verdes medio raro, parece un Americano!, y Americano fue el apodo con el que quedó bautizado esa tarde Jorgito y no fue más para los compañeros sino solamente el Americano en alusión a los personajes de una famosa serie televisiva de los años setenta.
Risas y bromas aparte, rojo como un tomate, pasó a su asiento y todas las miradas y comentarios fueron dirigidos a su persona. Las carpetas eran para dos alumnos y a Jorge le toco compartir la suya con otro flaquito como él, de lentes gruesos, que por todo reía, su nombre también era Jorge, Lévano apellidaba, quien compartía también la experiencia de ser novato en ese salón de clases.
El Dr. Joe 90
Esta historia continuará
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