LA CORRECCIÓN FRATERNA
“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo..."
Por el P. Clemente Sobrado
San Mateo 18, 15 - 20:
“Si tu hermano peca, vete y repréndelo, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si nos les hace caso, díselo a la comunidad. Y si ni siquiera hace caso a la comunidad, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
Reflexión
Qué lindo Evangelio y qué maravillosa es la pedagogía de Dios. A mí personalmente es uno de esos Evangelios que me encanta y fascina porque, seamos sinceros con nosotros mismos, ¿qué hacemos cuando nos enteramos que alguien ha metido la pata, ha pecado o ha hecho algo que puede provocar escándalo?
Lo primero que hacemos es airear los fallos del hermano, ¿verdad que sí? ¡Qué sabroso nos resulta poder sacarle la mugre al otro contando su pecado! ¡Mejor todavía si tenemos la primicia, si somos originales en algo que los otros no sabían! El secreto de la confesión es lo más sagrado y también lo más castigado por la Iglesia. Si un sacerdote revelase el pecado confesado la Iglesia lo suspendería de sus ministerios sacerdotales. Sagrada es la persona y no el pecado. Aquí no se trata de esconder el pecado como tal, sino de salvar a la persona respetándola y valorándola por encima de su pecado. Para Dios lo más importante es la persona, mucho más que el pecado mismo con todo lo serio que es.
¿Lo sentimos entonces como hermano o lo convertimos en alguien que nos hace ser novedosos y originales ante los demás? Díganme si no andamos todos a la búsqueda de esas primicias que se llaman “descubrir la vida de los otros”.
En cambio, ¿os habéis fijado en la delicadeza de Dios? ¿Que te has enterado del fallo de tu hermano? Pues, mira, antes de sacarlo al aire, acércate a él. Habla con él a solas sin que se entere nadie y trata de salvarlo, de ayudarlo a que se recupere. No vayas al grupo de amigos con el chisme dejando en mal lugar al hermano. Al hermano hay que dejarlo siempre bien, buscar la manera que su pecado quede en el silencio y que nadie se entere. En todo caso, si a pesar de tu consideración no te hace caso, tampoco esparzas el chisme. Llama a otro o a dos de los hermanos y entre los tres traten de recuperarlo. Aquí lo importante no es la noticia sino la salvación, el honor y la dignidad del hermano, por más que haya metido las dos.
Existe tanta aversión a la religión. Que haya tanto empeño en sacar a Dios de la circulación. En tratar de prescindir de Dios en la política, en la economía y en el poder. Estamos suprimiendo la base y los fundamentos de la persona y, por tanto, de las relaciones interpersonales. El hombre visto sin Dios queda reducido a un consumidor, a un productor, a un comprador, a un objeto de uso.
Incluso, si tampoco lográis que cambie, entonces díselo a la comunidad de hermanos para que sienta que todos le queremos a pesar de todo y que lo que pretendemos es ganarlo, sanarlo, recuperarlo. Claro que, si agotados ya todos los recursos no quiere reconocerse, entonces ya no te queda otro camino que dejarlo a su suerte. Porque quien no se deja convencer por el amor de sus hermanos, ese ya se queda solo y demuestra que no cree en el amor.
Jesús quiere que agotemos todas las posibilidades cuando se trata de corregir al que nos ha ofendido. No hay que levantar polvo en el camino. Arropar con nuestro silencio al hermano que nos ha ofendido. No respirar por nuestra herida sino ver cómo ayudarle a que él mismo se recupere y se renueve. No dejarlo solo y abandonado y marginado. Que no sienta tu resentimiento, sino tu amor, a pesar de haberte ofendido. Acercarte a él. Charlar con él. Hacerle sentir tu amor y no tu enfado. Que él sienta que a pesar de todo tú le sigues amando y queriendo. Por eso comienzas por corregirle.
Dios no soluciona los problemas ni cambia a las personas con amenazas o con chismes en los periódicos. Dios sólo cree en el amor. Sentir que dos están interesados en ti te demuestra que no nos eres indiferente incluso si nos has faltado y jorobado. Quien no cree en el amor no cree en nada ni en nadie. Quien no se deja cambiar por el amor quién podrá cambiarle. Las armas no, el miedo no. Para Dios los problemas no se solucionan por la violencia, por el grito, sino por el amor. Quien no cree en el amor no tiene remedio, vive encerrado y a ese no le entran ni balas.
Es maravillosa la conclusión que saca Jesús. Todos tenemos el don de perdonar. Todos somos responsables de salvar a los demás por malos que sean o parezcan. No hace falta ser confesor para perdonar y para despertar la conversión en el corazón de los demás. ¿Cómo os sentís ante este modo de actuar que nos pide el Evangelio? ¡Aquí terminarían las chismografías y las murmuraciones! ¡Aquí comenzaría el amor al hermano que ha caído!
Fuente
La Iglesia que camina
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