domingo, 13 de julio de 2014

 
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
"El que tenga oídos, que oiga.”
Por el P. Clemente Sobrado
 
Mateo  13, 1 - 9:

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del lago. Y se reunió tanta gente junto a Él, que tubo que subirse a una barca, se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Y les habló mucho rato en parábolas. Decía: “Salió el sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida, pero la tierra no era profunda; en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga.”

Reflexión

Bueno, amigos: Yo no sé cuánto entendéis de agricultura o de semillas o de tierras. Yo confieso, que a pesar de haber nacido en el campo, entiendo bastante poco. Lo que sí entiendo es que Jesús aquí no nos quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros corazones para aceptar las semillas del Reino.

El Reino de Dios se nos da en semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, en posibilidades. Pero la suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros.

El problema no está ni en la semilla ni en Dios que la siembra. El problema lo llevamos todos en el corazón porque hay que decir, y creo que todos tenemos nuestra propia experiencia, que hay corazones más duros que el asfalto de nuestras carreteras y también hay corazones con muy buena voluntad, tan llenos de enredos, tan lleno de cosas y de superficialidades que la palabra recibida brota por un momento, pero el fervor se nos apaga como un fósforo encendido. Aunque también tenemos que reconocer que hay corazones generosos, tierra fértil donde la palabra de Dios puede crecer en abundancia de frutos.

Lo extraño, y también lo bueno, amigos, es cómo Dios puede sembrar su palabra en corazones que sabe no van a responder y cómo Dios se expone al fracaso de muchas de sus semillas.

Mi explicación es clara, al menos así la entiendo: Dios ama a todos por igual y a todos quiere darnos las mismas oportunidades. Su amor por nosotros es tal que no le importa se pierdan muchas semillas de gracia porque, al fin y al cabo, la respuesta de esos corazones grandes y generosos compensa con mucho lo que se ha perdido entre la maleza del campo. ¿No te parece interesante un Dios, que se atreve a correr el riesgo de su Palabra y de su Reino en nuestras debilidades?

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