lunes, 27 de junio de 2016


LA FIESTA DE PEDRO Y PABLO
Los pilares del Cristianismo
Por Juan Borea Odría


Este miércoles es feriado porque celebramos la fiesta de San Pedro y San Pablo; es probable que algunos de nuestros lectores no tengan muy claro qué estamos celebrando, por lo que compartimos algunos datos para una mejor comprensión de nuestra fe.

A Pedro y Pablo se les considera las dos columnas en la fundación y difusión de nuestra iglesia cristiana. Cada uno con orígenes y personalidades muy diferentes, pero ambos concentrados en la misión de difundir la Buena Noticia de Jesús de Nazaret.

Pedro no es su nombre original: su nombre es Simón, hijo de Jonás; fue el mismo Jesús quien le puso el nombre de Pedro (piedra). Pescador e hijo de pescadores en el lago de Tiberíades, era un hombre muy sincero, espontáneo y con fuerte personalidad que lo llevó a liderar a los discípulos de Jesús, y ser luego el primer jefe de la naciente comunidad cristiana en Judea, liderazgo luego reconocido por los seguidores de Jesús en el mundo antiguo.

Pablo tampoco es su nombre original; su nombre es Saulo y nació en Tarso, en la actual Turquía. Miembro de la secta farisea, destaca por su energía personal, su valor, y el compromiso militante con aquello en que creía. Este compromiso lo lleva a perseguir a los primeros cristianos, y (luego de convertirse a la nueva fe) a ser el principal difusor del Evangelio en el mundo.

Cada uno pone de relieve un aspecto de la constitución de la iglesia; Pedro representa la firmeza, la fidelidad a las raíces, la necesaria autoridad para todo grupo social. Pablo representa el espíritu de libertad de los hijos de Dios, la necesidad de dar a conocer el amor de Jesús centrarse en lo esencial y no en la forma. Ambos mueren como mártires, asesinados por su fe, dando con su sangre el testimonio de su amor y compromiso con Jesús.

Con la celebración conjunta de ambas personalidades, la Iglesia nos da a entender que ambos estilos son necesarios en nuestra comunidad, que deben conjugarse para actuar de manera integral en la construcción del Reino de Dios.

En los últimos decenios se ha priorizado la figura de Pedro en detrimento de la figura de Pablo. Esto tiene su origen entre otras razones, en el sobredimensionamiento del papel del Papa y de la Iglesia como institución. El Concilio Vaticano hace 50 años, y las prédicas de Juan XXIII primero y actualmente Francisco, nos dan una imagen más integral y ponen de relieve también la presencia del Espíritu, y el valor de los carismas personales para vivir en una auténtica comunidad de discípulos de Jesús.

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