domingo, 17 de julio de 2011


PARÁBOLA DEL TRIGO Y LA CIZAÑA
El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.
Por el P. Clemente Sobrado

 San Mateo 13,  24 - 43.

Les propuso otra parábola, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó el trigo y dio fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a arrancarla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."”

Reflexión

Seguimos con también hoy con la semilla. Sólo que ya no es la semilla que sembramos ni la tierra donde cae, sino la semilla que ya ha brotado y está creciendo. No solo Dios siembra buena semilla, hay quienes también siembran otras semillas, como la cizaña. Lo curioso es que mientras Dios siembra a plena luz del día y a la vista de todos, hay otros que siembran a escondidas y lo que es peor aprovechando que nosotros estamos dormidos. Hay muchos robos mientras dormimos. Hay mucha sementera mientras nosotros nos desentendemos de la realidad y preferimos echarnos a dormir, aunque luego nos quejemos.

¿No les llama la atención que quienes prefieren dormir a vigilar, luego son los primeros en querer arrancar la mala hierba? Yo me pregunto a mí mismo, si no seré de los que prefiero no enterarme de lo que pasa, pero eso sí, luego soy el primero en clamar a Dios que acabe con los malos o en pedir al Gobierno que ponga más policías y encarcelen a los malos. ¿Esto no nos sucede también en la Iglesia? ¿No habrá demasiados cristianos dormidos, mientras otros siembran semillas de maldad, de vicio, de droga, de sexo o de injusticia, pera luego nosotros mismos escandalizarnos e incluso pedir que Dios acabe con los pecadores y nos deje solitos a nosotros los buenos, aunque buenos bien dormidos?

Es mucho más fácil escandalizarse de los malos que acercarnos a ellos y ayudarles a ser buenos. Es mucho más fácil condenar el pecado que vemos en los otros, que no tomar en serio nuestras vidas y nuestra vocación de santidad. Yo nunca justificaré el cerrar los ojos para no ver, ni justificaré el dormirnos para no enterarnos de nada. Eso sí se llama irresponsabilidad o, mejor dicho hacerse, responsable del daño que se ha hecho. Otra cosa muy distinta es abrir los ojos y no excluirlos, sino ayudarles y darles tiempo para que cambien.

Hay padres de familia que duermen tranquilos sin saber por dónde andan sus hijos. Padres de familia que dejan que otros siembren malas semillas en el corazón de sus hijos. Hay esposos y esposas que se duermen mientras otros están espabilados sembrando inquietudes en el corazón del otro. Además, hay sacerdotes que también nos dormimos sin percatarnos de lo que está sucediendo en nuestras comunidades. La intolerancia, tanto en el ámbito político como en el religioso, termina en fanatismo. Yo nunca he podido soportar esos movimientos o esas personas o, incluso, esas espiritualidades que se creen dueñas de la verdad y no aceptan la verdad que también los demás tenemos. Pretenden obligar a que todos piensen como ellos, vivan como ellos, y sigan el mismo camino de ellos. Dios es libertad y cada uno tiene su propio camino.

La intolerancia se cura con la tolerancia y la comprensión. Se sana con la actitud de Dios de dejar crecer la cizaña con el trigo. En una palabra, la intolerancia se sana definitivamente con el amor. Menos mal que Dios, que a todos nos quisiera santos, no se escandaliza de los malos y, al contrario, les regala todo el tiempo posible para que puedan cambiar. Una de las cosas más maravillosas de Dios es dar oportunidades a los malos para hacerse buenos. Sé que a pesar de todas mis debilidades, Él no me excluye. Claro que me sentiría mucho mejor si viese que mi corazón y el tuyo se parecen al corazón de Dios y no al de esos rigoristas que se escandalizan de todo y vaciarían la Iglesia para quedarse ellos solos. Nadie le acusó de andar metido siempre entre los buenos, pero los buenos sí le acusaron de “comer con los malos”. Estamos llamados a ser santos y ojala lo fuésemos todos, pero hemos de contar con la realidad del corazón humano.

Fuente
La Iglesia que camina

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