jueves, 19 de noviembre de 2015


FUNDAMENTALISMO Y ATENTADOS
Cómo interpretar tanta violencia?
Por Juan Borea Odría

Los atentados en París con el doloroso saldo de cientos de personas muertas y heridas no nos pueden dejar indiferentes: somos ciudadanos del mundo, y lo malo y lo bueno que sucede en cualquier parte del planeta nos afecta. Pero siempre es necesario ir más allá de la noticia, por lo que comparto algunas reflexiones sobre un tema en el que podemos actuar: el fundamentalismo.

Quienes han perpetrado estos asesinatos eran islamistas decididos no solo a matar sino a morir (todos llevaban adheridos al cuerpo cinturones con explosivos). Fueron al encuentro de la muerte (la suya y de las víctimas), con el grito de Allāhu akbar (Dios es el más grande). Y el comunicado del Ejército Islámico asumiendo la autoría del ataque y amenazando con otros, empieza contradictoriamente con el versículo con que inician todas las Suras (capítulos de El Corán, el libro sagrado musulmán): “En nombre de Alá, el compasivo, el misericordioso”.

¿Qué llevo a estas personas a inmolarse y a asesinar a otras gentes que ni conocían ni podían odiar de manera personal? ¿Cómo es posible que en nombre del Dios compasivo y misericordioso el ISIS asesine miles de personas islámicas como ellos con vesania quemando vivos, crucificando, degollando…? Una actitud sumamente peligrosa: el fundamentalismo.

Se llama fundamentalistas a las corrientes religiosas o ideológicas que, en busca de una seguridad sicológica y afectiva frente a la inseguridad que les trae el entorno, adhieren a una interpretación literal de los textos fundamentales (religiosos o políticos) sin tener en cuenta los contextos en que estos libros fueron escritos ni las situaciones históricas y sociales de la actualidad. Estos grupos y personas “solucionan” sus dudas e inquietudes aferrándose a textos o prácticas a las que obedecen ciegamente para no vivir el riesgo del pensamiento libre y de la decisión personal.


Un ejemplo de esta interpretación fundamentalista lo da el comunicado antes mencionado, que en su primer párrafo cita la Sura 59, aleya (versículo) 2: “No creíais que iban a salir y ellos creían que sus fortalezas iban a protegerles contra Dios. Pero Dios les sorprendió por donde menos lo esperaban. Sembró el terror en sus corazones y demolieron sus casas con sus propias manos y con la ayuda de los creyentes. Los que tengáis ojos ¡escarmentad!”

El diálogo con el fundamentalista es casi imposible, pues su inseguridad personal hace que no quiera oír argumentos que remuevan el piso seguro de su adhesión al texto fundamental. Por ello también suele ser tan agresivo con quien no comparte sus convicciones.

El fundamentalismo no es patrimonio de ninguna fe o ideología; puede haberlos en todos lados, aunque suelen aumentar en las épocas y sociedades que ven amenazadas sus identidades. Sin ir más lejos, en el Perú tenemos la experiencia cercana de Sendero Luminoso.

Para evitar el fundamentalismo es necesario educar en la libertad, en el espíritu crítico, en el afecto, en la seguridad personal, en la tolerancia y el respeto a las diferencias. Una sociedad integrada por personas con estas características tiene una vivencia diferente. En esa tarea podemos aportar todos, pues la educación no es exclusiva de la escuela.

La limitación de espacio hace que dejemos sin tocar otros factores y temas conexos. Como por ejemplo darnos cuenta que permanentemente ha habido otros atentados del ISIS en Irak, Siria o Líbano, sin que nuestros medios de comunicación se hayan hecho eco. Por ejemplo esta semana murieron 40 personas en el Líbano, en Julio murieron 125 y en agosto 60 personas chiíes cerca de Bagdad por el estallido de vehículos con explosivos conducidos por choferes suicidas del ISIS, y tal vez hayan merecido apenas un suelto en páginas interiores de los diarios.

O que gran parte del problema se ha generado por la intervención norteamericana y europea que al ayudar, en medio de la euforia por la “primavera árabe”, a derrocar a evidentes dictadores, destaparon la caja de Pandora de sociedades enfrentadas étnicamente, con fronteras artificiales dejadas luego de la colonización europea.

Mientras haya fundamentalismos, problemas como los actuales seguirán surgiendo; el castigo no es para estas personas un disuasivo, pues creen que su muerte les hará alcanzar el paraíso prometido, o la trascendencia en el mundo ideal que esperan surja luego de demoler el actual. Solo una sociedad justa, sin dramáticas diferencias sociales, y con ciudadanos pensantes, libres, con afecto, será capaz de construir el ambiente necesario para la felicidad. Seamos parte de esa construcción

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