jueves, 12 de enero de 2017


ODEBRETCH: LA NUEVA SALITA DEL SIN
Por Juan Borea Odría


Los recientes casos de corrupción (Odebretch, Moreno, Peaje al norte, pago en nuestros recibos por el gasoducto, y varios etc.) hacen recordar lo que hace un siglo dijera Manuel González Prada en “Páginas Libres”: “El Perú es un país enfermo, donde se pone el dedo salta la pus”. En especial el caso Odebretch, por su amplitud y su resonancia mediática, puede convertirse en una nueva “salita del SIN” que ponga en vitrina lo que en su momento lo pusieron los vladivideos.

No vamos a dar detalles de estos casos, suficientemente ventilados por la prensa, pero sí reflexionarlos desde otros enfoques que puedan enriquecer nuestro juicio. El primero, es el histórico; una de las tragedias nacionales es que la corrupción no es un mal de ahora: está enraizada en nuestro estilo social, desde la época de la colonia, y por ello es tan difícil luchar contra ella, pues se ha convertido en una manera de ser. Quien quiera abundar en este tema, puede leer el libro de Alfonso Quiroz, “Historia de la corrupción en el Perú”, 

Lo que sí es de la dictadura fujimorista, es la “democratización” de la corrupción: desde el poder se desarrolló un proceso de envilecimiento de la sociedad, la que acababa no solo aceptando la corrupción, sino admirando a quien la cultivaba. Frases como “roba pero hace obra”, “tiene esquina”, “sabe meter la yuca”, “este sí la supo hacer”, reflejan los paradigmas que al respecto fuimos aceptando como sociedad.

Otro enfoque que debemos tomar en cuenta es la acción deformadora que ejercemos en los niños como padres, ciudadanos o autoridades. Vamos inoculando la tolerancia a la corrupción como vacuna desde que nuestros niños son pequeños, con nuestros propios actos de corrupción o la renuencia a la denuncia por comodidad o temor. Hay corrupción, por ejemplo, cuando aceptamos un cargo para el cual no somos competentes; cuando no devolvemos el cambio exacto, cuando damos menos tiempo o producto que el considerado en nuestros contratos; cuando plagiamos productos intelectuales de otros, cuando demoramos los trámites esperando que “se aceiten”, etc. Y allí tenemos una responsabilidad por cumplir.

Pero así como hay sinvergüenzas, hay muchísimas personas probas que nos dan esperanza. Si fuimos capaces como país de encarcelar a los principales dirigentes de la cleptocracia de la década del 90, la que había construido una base propia de poder corrompiendo a personas e instituciones, usando como eje a la fuerza armada, a un Congreso subyugado, a un poder judicial venal, a la prensa comprada, a la alianza con el narcotráfico, podemos ser capaces de renovar nuestro espíritu y cambiar como sociedad. Pero ese triunfo no vendrá solo: es tarea de todos los peruanos conscientes y con ética: la omisión es colaborar con el cáncer de la corrupción. Cada cual desde su entorno ciudadano, familiar y laboral, asuma su responsabilidad.

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