sábado, 9 de agosto de 2008

REMEDIOS LA BELLA

Pensaba escribir algo referente a la explosión atómica en Hiroshima y Nagasaki el 6 y 8 de agosto de 1945, respectivamente, pero debo confesar que me saturé de horror al releer documentos y testimonios de la época y comprobar -nuevamente- la gran capacidad depredadora y autodestructiva del ser humano empujado por la vorágine del poder, solo mencionaré que Roosevelt, Churchill y Truman conocían, desde abril, que Hiroito pensaba rendirse luego del graneado bombardeo de los últimos meses y no dudaron en desatar el infierno atómico para “probar” in situ los efectos de una explosión nuclear y de pasada enviar un aterrador mensaje al bloque soviético sobre su poderío militar; los mas “afortunados” unas 80,000 personas se volatilizaron con la explosión, 200,000 quedarían hecho guiñapos y otros tantos morirían en los meses y años subsiguientes por efectos de la radiación, es decir, esta “pruebita” tuvo un costo de medio millón de personas muertas ¿valió la pena esta carnicería? han pasado 63 años y creo que no se aprendió la lección por que no solo nos seguimos matando entre humanos sino que agredimos fieramente al planeta y al medio ambiente; y es que, perdemos demasiado tiempo buscando la paz por afuera sin darnos cuenta que la debemos buscar dentro de cada una de nosotros.

Rememorar estos acontecimientos me llené de mucha angustia y finalmente decidí, por higiene mental, limpiarme un poco de tanto lodo y no encontré mejor manera de hacerlo que escribir sobre el realismo mágico en su mas preclaro exponente: GABO y su monumental “Cien Años de Soledad” y creo que logré mi cometido al centrarme en uno de los personajes mas singulares de esta obra: “Remedios La Bella”, de ella GABO diría lacónicamente: “…no era un ser de este mundo” expresión que a su vez tomó de otro grande: Juan Rulfo en “Pedro Páramo”. GABO construyó su personaje sobre el ideal de la pureza física y espiritual por eso Remedios La Bella no podía morir y la hizo transfigurarse y desvanecerse en el cielo, este es uno de los pasajes más significativos de “Cien Años de Soledad” donde el realismo mágico de GABO hace de un acontecimiento sobrenatural algo simple, cotidiano, digerible y hermoso.

Disfrutemos la lectura de este pasaje que ya se ha convertido en un símbolo literario:

“…La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo, y simple como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie.

Úrsula no volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la casa. "Los hombres piden más de lo que tú crees", le decía enigmáticamente. "Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees." En el fondo se engañaba a sí misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica, porque estaba convencida de que, una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de toda comprensión.

El nacimiento del último José Arcadio, y su inquebrantable voluntad de educarlo para Papa, terminaron por hacerla desistir de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte, confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella. Ya desde mucho antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las tardes olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era boba. "Vamos a tener que rifarte", le decía, perpleja ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres.

Más tarde, cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga.

A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.

-¿Te sientes mal? -le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.

Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerones y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.”

Mario Domínguez Olaya

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