jueves, 14 de febrero de 2013

 
UN NUEVO ENFOQUE SOBRE LA RENUNCIA DE BENEDICTO XVI
Todos los obispos al cumplir 75 años presentan su renuncia, aunque en ocasiones excepcionales los dejen en el cargo uno o dos años más. Y a nadie le extraña esto. ¿Por qué no puede ser lo mismo para el Obispo de Roma?

 
Con ocasión de la renuncia de Benedicto XVI al Papado hemos leído y escuchado muchos comentarios, pero pocos con raíz evangélica. Abordamos hoy el tema con un enfoque que nos puede ayudar a encontrar el verdadero papel que debe jugar el Papa en la vida de la Iglesia.

El punto de partida de esta reflexión es hacernos preguntas de sentido común: ¿por qué extraña y lleva a especulaciones que un anciano de 86 años renuncie a la conducción ejecutiva de una organización social tan compleja, con 1,200 millones de fieles, presencia en todo el mundo, con tantos frentes en lo económico, administrativo, moral? ¿No nos debería más bien extrañar que cuando fue elegido para estar al frente de esta se designase a un anciano que en ese momento tenía 78 años? ¿Cuántas organizaciones de magnitud en el mundo escogerían para presidirlas a un anciano que pasa los 80, por más calidades personales que tuviese? Las respuestas son obvias, pero que no se hagan tratándose del Papa tiene una causa: la distorsión y sacralización en el imaginario religioso de su papel y el de la iglesia, defectos que tenemos el deber y ahora (con esta renuncia) la oportunidad de corregir.

Jesús reconoce el liderazgo de Pedro y lo consagra como jefe de la comunidad de discípulos; la imagen de “Papa” como es ahora no la tenían ni Jesús ni Pedro ni la naciente iglesia. Esta imagen se ha consolidado como fruto de un proceso de siglos, entendibles en su momento histórico, pero que no tienen por qué seguir siendo la base de nuestra comprensión de la fe y de la estructura de la comunidad de discípulos de Jesús.

El Papa es una persona creyente designada por representantes de todos los fieles para que los guíe en aspectos relacionados con la fe y los represente en las relaciones con otros credos e instituciones; debe ejercer su papel en comunión con otros representantes (el colegio de obispos). Su cargo no tiene por qué ser vitalicio; debe ejercerlo en la medida que tiene energías mentales y físicas para servir a la comunidad, y cuando estas energías se acaban y no puede ejercer el liderazgo que la comunidad requiere, debe dar paso a otro conductor.

Todos los obispos al cumplir 75 años presentan su renuncia, aunque en ocasiones excepcionales los dejen en el cargo uno o dos años más. Y a nadie le extraña esto. ¿Por qué no puede ser lo mismo para el Obispo de Roma?

La actitud de Benedicto XVI ha sido positiva para la iglesia, y señala una ruta que esperamos otros Papas sigan en el futuro. No quisiéramos que se repita la penosa figura de Juan Pablo II en sus últimos años, cuando era evidente que ya no dirigía la Iglesia pero era motivado a seguir formalmente en el cargo mientras por lo bajo eran otros quienes gobernaban y movían sus fichas para conservar el poder.

La Iglesia es una institución humana; tiene inspiración divina, pero está integrada por hombres y mujeres con virtudes y defectos; y su manera de organizarse tiene relación con los conceptos, cultura, estilos y necesidades de cada época. Nuestra fe se sustenta en Jesucristo y su mensaje, no en formas históricas que pueden servir en un período pero que deben cambiar cuando el entorno es diferente.
 
Juan Borea Odría

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