domingo, 30 de marzo de 2014

 
EL CIEGO DE NACIMIENTO
Descubriendo a Jesús como "El Profeta"
Por el P. Richard Vélez Campos
 
 San Juan  9,  1 al 41 (lectura abreviada):

Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.  Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: “Vete, lávate en la piscina de Siloé.” Él fue, se lavó y volvió ya viendo. Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: “¿No es éste el que se sentaba para mendigar?” Unos decían: “Es él”. “No, decían otros, sino que es uno que se le parece.” Pero él decía: “Soy yo.” Llevaron ante los fariseos al que antes era ciego. Era sábado en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos, También los fariseos le preguntaron como había adquirido la vista. Él contestó: “Me puso barro en los ojos, le lavé y veo.”Entonces le dicen otra vez al ciego: “¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?” El respondió: “Que es un profeta.” Ellos le respondieron: “Has nacido empecatado ¿y nos vas dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.” Él entonces dijo: “Creo, Señor.” Y se postró ante Él.

Reflexión

DESCUBRIR A CRISTO, COMO EL "PROFETA".

La semana pasada estábamos escuchando el relato de Jesús con la samaritana, una mujer que había sido maltratada por la vida, una mujer que se encuentra con Jesús y llega a creer en Jesús, llega a la fe en Jesús. Cuando Él le habla a esta mujer y le muestra la vida que está llevando, entonces ella dice: “Veo que eres Profeta”.

Y el ciego que fue curado, cuando los fariseos le preguntaban: “Bueno, ¿y tú qué dices de ese Señor que te curó?”, el ciego dijo que: “Es un Profeta, un enviado de Dios, esto viene de Dios”. Y al final el ciego, cuando ya puede ver a Jesús, —porque sobre todo para eso le sirvieron los ojos—, entonces le dijo: “Creo, Señor”, y se postró ante Él.

Es decir, que la semana pasada encontrábamos, cómo una mujer que era víctima del pecado, de su pecado y de los pecados de los demás, —porque era una mujer que llevaba una vida mala, una mujer que estaba oprimida por el pecado—, se encuentra con Jesús, descubre en Jesús un profeta y llega a creer en Él.

Y tanto creyó en Jesús ella, que se fue al pueblo donde todo el mundo sabía qué clase de mujer era, y les dijo a todos: “Oiga, hay un hombre que me dijo todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Mesías?”.

Esta mujer conduce a muchos de los habitantes de este pueblo hacia Jesús, y así llegaron ellos a creer también en Jesús. O sea que Jesús quitó de encima de esta mujer el peso del pecado, la condujo desde el pecado hacia la fe y la conversión.

Hoy vemos a Jesús quitando otro peso a otra persona. Este era un pobre hombre ciego de nacimiento, oprimido por una limitación física espantosa. Jesús quita de encima de este hombre toda esa enfermedad y lo conduce desde la enfermedad hacia la fe, hacia la plena fe en Aquel que Dios ha enviado, el Profeta que Dios ha enviado.

Por eso el objetivo de estas lecturas que estamos tomando este año, —esas lecturas, la de la vez pasada, la de la samaritana, la de hoy del ciego de nacimiento, la que vamos a escuchar la semana entrante, esa lectura tan impresionante de la resurrección de Lázaro—, forman un caminito. Y ese camino es para que nosotros nos maravillemos, nos admiremos de lo que significa encontrar la fe.

El que encuentra la fe, vence el pecado. El que encuentra la fe, vence la enfermedad. El que encuentra la fe, vence la muerte.

Aquella mujer estaba aburrida, fastidiada de tener que ir a sacar agua, ir siempre al pozo y sacar más agua, y el agua no le curaba la sed. Este hombre aburrido de pedir limosna, un poquito de dinero; pero ese dinero se acaba y hay que pedir más limosna, y ésa también se acaba. Y el caso de Lázaro sí parecía un caso totalmente perdido: “Se nos murió Lázaro”.
Pero fíjate: A quien tiene sed, le llega Cristo como agua de vida. A quien está ciego, le llega Cristo como luz verdadera. A quien está muerto, le llega Cristo como verdadera vida.

Estos domingos son para que nosotros encontremos en Cristo el agua que sacia nuestra sed, la luz que quita nuestra ceguera y la vida que vence nuestra muerte.

Es un buen momento para preguntarme: “¿Quién es Jesús para mí? ¿He descubierto a Jesús como agua que sacia mi sed? ¿Quién es Jesús para mí? ¿He descubierto a Jesús como luz que me quitó la ceguera y me mostró lo que yo no podía ver? ¿He descubierto a Jesús como vida que vence a mi muerte?”.

Vamos a pedirle al Señor, vamos a pedir que nos muestre nuestra ceguera. Esos fariseos tenían los ojos buenos, podían ver a Jesús pero no lo veían, no lo encontraban, no lo reconocían, no podían creer en Él. Por eso dice Jesús: “Si ustedes estuvieran ciegos, no tendrían pecado. Pero como dicen que ven, ahí es donde está el pecado”.

Luego, lo primero que tiene que hacer Jesús en nosotros, es mostrarnos nuestra ceguera. Tal vez hemos tenido a Jesús muy cerca y no lo vemos. ¡No lo vemos!

El ciego fue curado, y así curado le preguntó Jesús: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?”, y dijo: “¿Quién es para que crea en Él?”. Jesús respondió: “Soy yo, soy yo”, la misma respuesta que le había dado a la samaritana. “Sabemos que cuando venga el Mesías”, —decía la samaritana—, “nos va a explicar todo”, y le dice Jesús: “Soy yo, soy yo”.

Jesús, muéstrate así a nuestras vidas. Ven a nosotros, Jesús, y dile a nuestro corazón lo que le dijiste a la samaritana, lo que le dijiste al ciego: “Soy yo”.

Que pueda encontrarme también contigo, Jesús, y que tú me puedas decir: “Soy yo”.

Que yo me encuentre así contigo, para hallar en ti el agua que calma mi sed, la luz que vence mi ceguera, la vida que triunfa sobre la muerte.
 

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