domingo, 23 de marzo de 2014

 
JESÚS Y LA SAMARITANA
“Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo.” Jesús le dice: “Yo soy, el que te está hablando.”
Por el P. Clemente Sobrado

San Juan  4, 5 - 11, del 19 - 26 y del 30 - 42 (abreviado):

 
Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: “Dame de beber.” Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva.” Le dice la mujer: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva?” Le dice la mujer: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.” Jesús le dice: “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Pero llega la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Le dice la mujer: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo.” Jesús le dice: “Yo soy, el que te está hablando.” Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho.”

Reflexión

Hola amigos: En este Tercer Domingo tenemos un Evangelio tierno, delicado y que toca el fondo del alma. Además, es un Evangelio que revela muy bien el corazón del hombre y el corazón de Jesús en su delicadeza y ternura cuando quiere ganar nuestros corazones. De igual manera, resulta una novedad ver a Jesús en un largo, profundo y delicado diálogo con una mujer. Hasta los discípulos se extrañan.

Aparecen toda una serie de detalles en los que se comienza a sentir que Jesús está hablando con uno mismo. En primer lugar, qué delicado gesto de esperar a una mujer pecadora, dándole la sorpresa de un encuentro personal. Como siempre, Jesús no se presenta ni con autoritarismo ni devaluando a la mujer; al contrario, se pone en condición de inferioridad, que es la de ser Él quien la necesita, pidiéndole de beber.

Es la mujer la que se pone más tiesita y como más retadora. Es siempre la actitud de quien se quiere proteger, por eso se pone a la ofensiva.

Sin embargo, Jesús no se siente ni molesto, ni fastidiado, sino que deja aflorar toda la bondad y comprensión de su corazón para con los débiles. Jesús también entra de frente ni a acusarla ni tampoco a invitarla. Al contrario, se le va metiendo por las rendijillas del alma como quien la va desnudando por dentro haciendo que ella misma se vaya descubriendo y encontrándose con ella misma.

Yo diría que la va ganando utilizando la misma psicología femenina, despertando en ella la curiosidad. Sabe que a la mujer se necesita despertarle la intriga, la curiosidad, de tal modo que ahora es ella la que hace preguntas y hasta se cambian las actitudes. Primero, es Jesús el que pide de beber y ahora es la mujer la que pide del agua de Jesús. Al final, la mujer se rinde y se convierte en testigo de Jesús.

Este Evangelio es un texto que nos ayudará a valorar la mujer en la Iglesia. Como dice el Papa Francisco: “Todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, espacios “en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales”.
 
Fuente: La Iglesia que camina

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