sábado, 22 de marzo de 2014


FRANCISCO: UN SIGNO QUE ALIENTA NUESTRA FE
La pelota está ahora en nuestra cancha

El 2013 ha tenido en nuestra Iglesia dos acontecimientos fundamentales: la renuncia del Papa Benedicto XVI y la elección como nuevo Papa de Francisco I; dos acontecimientos que son a la vez signos que alientan nuestra fe.

 
La renuncia de Benedicto fue una sorpresa, ya que la costumbre decía que el Papa no podía renunciar aún con mucha edad o enfermo. Y claro, en esa situación quienes realmente tenían el mando en el Vaticano eran otros. La renuncia dejó sin piso a un amplio sector de la curia tradicionalmente ligado al poder y al conservadurismo, y abrió el camino para que fuera elegida una persona diferente, el argentino Jorge Bergoglio, con un claro encargo de los cardenales que lo eligieron para que reformase la Iglesia acercándola más a lo que Jesucristo quiso de sus discípulos.

En los meses que Francisco tiene como Obispo de Roma, el ambiente eclesial ha sido totalmente distinto; sus palabras y gestos sintonizan con el sentir de una gran mayoría de los cristianos que por muchos años ha tenido que callar o,  asumir que nuestra voz estaba en conflicto con un sector de la jerarquía y aceptar las consecuencias. Hoy el discurso cercano al evangelio, (la Buena Noticia de Jesús), el sacudirse de dogmas y de costumbres históricas impuestas como si fueran parte de la fe, tiene un referente en las mismas palabras del Papa. Ya no nos pueden acusar como antes lo hacían de ser heterodoxos, pues el mismo Jefe de la Iglesia habla ese lenguaje.

Queda todavía mucho camino por recorrer para hacer que la estructura eclesial deje de considerarse equivocadamente el centro, y se convierta en lo que siempre ha debido ser: un instrumento al servicio del verdadero centro de nuestra fe, que es la persona de Jesús y su mensaje de amor y justicia. Con la presencia de Francisco sentimos que ese camino si bien largo y duro será posible; pero para ello se requiere del protagonismo de los fieles normales como nosotros, de laicos y religiosos, de comunidades eclesiales locales.

Hacer visible al mundo el amor de Jesús no lo puede hacer una sola persona, por más bien intencionada o más alto cargo tenga; es tarea de todos los que nos confesamos cristianos. Una tarea que si la hacemos correctamente nos llenará de una alegría profunda. La pelota está ahora en nuestra cancha, honremos nuestra responsabilidad.

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