QUE NUESTRA VIDA ENTERA JAMÁS QUEPA EN LA PALMA DE UNA MANO
La Vida: "Un tren donde unos suben y otros bajan"
Cuando una biografía cercana a la nuestra se apaga dominada por la irremediable muerte, los efectos que esta última trae, dependiendo del grado de proximidad personal y afectiva de ambas vidas, pueden ir desde la consternación y perplejidad hasta el dolor profundo que abre la dura sensación de la ausencia asfixiante. Esto último sucede, por ejemplo, cuando perdemos a una madre o un padre, a un hijo, o a alguien muy cercano. La muerte, mientras más cercana suena, más dolorosa se hace, aunque siempre supone consternación.
La semana que pasó nos enteramos del lamentable fallecimiento de un compañero de estudios del Maristas con el que si bien compartí solo un año el aula de clases y a quien, por esas cosas que tiene la vida, le “perdí el paso” hace varios años ya, sin embargo, guardo en mi memoria con la natural sonrisa de los años adolescentes. La noticia de su muerte, acaecida hace más de un mes, trajo consigo la natural consternación del momento. De esa consternación inicial se abrió paso en mí, un conjunto de pensamientos desordenados sobre la finitud de la vida, incapaz de ser flanqueada en pleno siglo XXI a pesar de todo el enorme desarrollo científico-tecnológico del ser humano. Finitud cuya duración temporal ni siquiera logra superar el tiempo de vida de seres como los loros o las tortugas que, sin necesidad de poner en marcha naves interplanetarias y plantearse la colonización de asteroides, llegan a vivir, en promedio, varios años de vida más que el ser humano.
Pensando sobre la finitud y el sentido de la vida, de la vida de verdad, de la vida a plenitud, de la vida comprometida y puesta permanentemente a prueba; encontré estas frases que me gustaría que no solo leyéramos sino, sobre todo, que las pensáramos y las actuáramos en nuestra praxis diaria. Creo, sinceramente, que pueden ser buenas consejeras.
Daniel Zevallos Chavez
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