SEAMOS COMO LOS NIÑOS
"El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe"
Por el P. Clemente Sobrado
San Marcos 9, 30 - 37:
Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará." Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: "¿De qué discutíais por el camino?" Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: "Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos." Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: "El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado."
Reflexión
Hola amigos, hoy nos toca un Evangelio, no apto para los grandes, mejor dicho, para quienes ambicionan estar siempre en primera fila, ocupar siempre la primera página de los periódicos. No es un Evangelio apto para cardíacos que sufren el infarto del poder.
Hoy es un Evangelio para niños, niños indefensos de los cuales, a veces, abusamos impunemente tanto en la familia como en la sociedad.
Es un Evangelio para esa gente sencilla que pasa desapercibida, en la cual nadie se fija ni se preocupa de ella.
Jesús insiste en querer hacernos comprender que el único éxito es dar la vida por los demás, que por eso mismo, el triunfo de la resurrección tiene que pasar siempre por las oscuridades de la Cruz.
Pero ese discurso no nos interesa, nosotros seguimos con lo nuestro. Nosotros queremos éxitos y triunfos que nuestro nombre suene. Jesús emite en frecuencia modulada y nosotros escuchamos onda corta. Por eso no nos encontramos.
Esa es la realidad del mundo, hasta es posible que la Iglesia también se sienta salpicada. Hablamos un lenguaje distinto unos y otros. Por eso no escuchamos lo que no nos interesa ni conviene a nuestros intereses.
Los discípulos no entendían nada de las enseñanzas de Jesús sobre la cruz, pero tampoco se atrevían a preguntarle. Mejor dicho, tenían miedo a preguntarle. Tenían miedo a entrarse de la verdad. Tenían miedo a que sus ambiciones no coincidiesen con la verdad de Jesús. No queremos escuchar lo que no nos conviene, lo que no coincide con nuestros planes.
La Cruz no es una invitación al sufrimiento. La Cruz es una invitación a un modo de pensar distinto. La Cruz es un juicio crítico a nuestras ansias de poder. La Cruz es una invitación a mirar la vida con ojos de niño, con los ojos de esos marginados y excluidos.
Por eso mismo, repito, estamos ante un Evangelio no apto para los que llevan el poder en su corazón. Es un Evangelio para los últimos, para los que son felices sirviendo a los demás, incluso si nadie se entera.
Estamos acostumbrados a medir la importancia de las personas según el poder, el
prestigio, la cultura, la posición económica o el ascendiente que tengan sobre
los demás. Mas con tu palabra, Señor, este razonamiento no se sostiene, es más,
se pierde con el argumento que nos das. Ahora entiendo que servir es atender,
favorecer el crecimiento del otro, utilizar los talentos en bien de la Iglesia y
por lo tanto del prójimo, y ser, con gusto y amor, tu instrumento, Señor… Y que
ser el último no implica negar o ignorar mi personalidad, sino hacerla crecer en
sencillez que hace posible la empatía con los demás y, con naturalidad realizar
todo lo que el Señor nos pide, sin perder las fuerzas y el ánimo cavilando si
estamos o no, en primer lugar.
Fuente
La Iglesia que camina
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