jueves, 6 de diciembre de 2012

 
LA CULTURA DE LA SOSPECHA
 

Uno de los factores más negativos en nuestra sociedad peruana es la cultura de la sospecha. Ante cualquier circunstancia o actividad nos viene el reflejo de desconfiar sobre las supuestas intenciones ocultas, o sobre la ventaja que lograría quien está haciendo algo. Esta actitud envenena las relaciones en las familias y la sociedad y se expresa de manera grotesca en los medios de comunicación social. Está consagrada en el refrán popular “Piensa mal y acertarás”.

La administración pública y la legislación se inspiran en esta cultura, y por ello amarran la capacidad de actuar de las personas de bien, sin por ello ser una traba para quienes con sus malas artes encuentran siempre el espacio para delinquir. Muchas veces las autoridades ponen el grito en el cielo porque no se ejecuta el dinero presupuestado; cuando lo que hay en el fondo es el miedo de los funcionarios de ejecutarlo porque temen las contralorías malintencionadas, las acusaciones sin fundamento, o el escándalo mediático que enloda honras sin dejar posibilidad de defensa real.

Con una cultura así ninguna sociedad puede ser feliz ni progresar; hay que cambiar el registro mental y partir del supuesto de la buena voluntad. No decimos que todas las personas son perfectas ni que se dejen de lado los necesarios controles; pero sí eliminar el supuesto de que todo funcionario o persona emprendedora es un delincuente potencial. Tres cosas ayudarían mucho en este empeño: los mecanismos de transparencia en toda operación, la máxima participación o consulta en la toma de decisiones, la cultura de un control social, es decir no de la burocracia sino de la misma sociedad afectada positiva o negativamente con las decisiones que se tomen.

Ejemplos de esta cultura nefasta hay a montones; uno de ellos es la ley 29839 cuyo mismo nombre es una apología a la cultura de la sospecha: “Ley que protege a los consumidores de la práctica abusiva en la selección o adquisición de textos escolares, para lograr su eficiencia”. Esta ley intenta reaccionar ante abusos reales que se han dado en algunos colegios; pero en lugar de sancionar a quienes infringen, lo que hacen es desconfiar de la mayoría y dar una serie de normas burocráticas que dificultan el proceso educativo y obligan a directores y profesores a invertir en trámites las horas que deberían dedicar a los alumnos.

Si usamos esa misma lógica de la sospecha, podríamos acusar a los congresistas que la aprobaron que su interés no es apoyar la educación (en la práctica la estorban) sino meramente electorero, pues promulgar leyes populistas puede asegurarles presencia mediática y un nicho electoral a futuro. Pero no se trata de confrontar sospechas, sino de invocar a quienes dan las normas que las hagan con conocimiento real de lo que legislan (la mayoría de las veces congresistas y funcionarios no saben del tema) y con ánimo de promover la eficiencia institucional y la calidad de vida de la población.

La misma invocación la hacemos para las relaciones personales y familiares. Confiemos en las personas, pongamos por delante siempre la suposición de la buena fe de los otros, sólo desconfiemos cuando hay razones fundadas para hacerlo; y con toda seguridad nuestra vida será más feliz.

Juan Borea Odría

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