SIN FUEGO NO ES POSIBLE
"He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!"
Por el P. José Antonio Pagola
"He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra."
Reflexión
En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
PRENDER FUEGO
Son bastantes los cristianos que, instalados en una situación social cómoda, tienden a considerar el cristianismo como una religión que invariablemente debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.
Por eso resulta tan extraño escuchar en labios de Jesús dichos que invitan no al inmovilismo o conservadurismo, sino al cambio profundo y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!... ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división». No nos resulta fácil imaginar a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta impureza, mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a las personas.
El que ha entendido a Jesús vive y actúa movido secretamente por la pasión de colaborar en un cambio total. Quien sigue a Jesús lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de Estado», cambio de gobierno, insurrección o relevo político, sino búsqueda de una sociedad más justa.
El orden que con frecuencia defendemos es todavía un desorden, pues no hemos logrado dar de comer a todos los pobres, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras.
Necesitamos una revolución que transforme las conciencias de las personas y de los pueblos. Herbert Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la corrupción, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien sigue a Jesús vive buscando ardientemente que el fuego encendido por él arda cada vez más en este mundo. Pero antes que nada se exige a sí mismo una transformación radical. «Solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución»
Fuente
Homilías
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