martes, 6 de septiembre de 2016


EDUCAR EN DERECHOS HUMANOS
Juan Borea Odría



Aunque tiene algunos antecedentes históricos, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano proclamada por la Asamblea Nacional Constituyente Francesa el 26 de agosto de 1789 es un hito en el desarrollo del concepto de derechos humanos; el segundo gran hito es la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. Estas declaraciones son referentes importantes, y es innegable que el mundo ha avanzado bastante en este tema desde la proclamación de las mismas; pero cuando vemos el acontecer diario (miseria, desigualdad, guerra, genocidio, abusos, etc.) nos damos cuenta que hay todavía muchísimo por avanzar. Este avance se da por dos caminos: la institucionalización de los derechos humanos en las estructuras sociales, y su internalización en la mente y el sentimiento de las personas. El primer camino es tarea de la política, el segundo es tarea de la educación.

El presente artículo trata sobre el segundo camino; es preciso tener claro que cuando hablamos de la educación nos referimos al largo y complicado proceso de formación de las personas para la adquisición de conceptos, habilidades, cosmovisión, relaciones…Esta tarea no es, como simplistamente puede pensarse, tarea de la escuela: es una tarea de toda la sociedad, de la cual la escuela forma parte. Por ello mi reflexión sobre la tarea educativa se refiere a toda la actividad social; de esa manera, además, los lectores que no son docentes podrán darse cuenta de su responsabilidad en la tarea.

Lo primero por hacer para educar en derechos humanos, es lograr que cada persona tenga identidad y autoestima; si no se tienen, el concepto de derecho es inaplicable. ¿Cómo voy a sentirme sujeto de derechos si no parto de que soy ALGUIEN, que soy importante para mí y para quienes me rodean? Los sentimientos positivos o la carencia y debilidad de la identidad y la autoestima se empiezan a generar desde que el niño es concebido y está en el seno materno, continúan con el nacimiento y la manera como las necesidades básicas y de afecto son o no son atendidas, se desarrollan en la infancia y se consolidan en la adolescencia. Cabe aquí hacer un examen sobre las condiciones que en la sociedad actual se tienen para que este proceso se de y culmine exitosamente; la desestructuración familiar, la miseria, el exceso de trabajo que impide la atención adecuada al niño y adolescente atentan contra el logro del proceso de identidad.

Paralelamente a lo anterior, hay que lograr que la persona entienda que por ser ella misma tiene derechos al bienestar, a la satisfacción, a la consideración, al afecto, al buen trato de quienes le rodean; que estos no son favores que se le otorgan, sino responsabilidad del colectivo. Por lo tanto puede reclamarlos no como dádiva sino como derecho. Recuerdo en estos momentos una imagen sugerente en la proclamación de la Reforma Agraria en la pampa de Anta (más allá de si el acontecimiento en sí estuvo bien o mal): cuando el funcionario proclama la Reforma, un viejo campesino se arrodilla para besarle la mano y darle gracias. El funcionario se arrodilla con él y lo levanta. El campesino lo sentía como un favor, el funcionario como reivindicación. Lamentablemente los gobiernos dictatoriales y populistas, y los caudillos regionales han ido favoreciendo las acciones de clientelaje, en las cuales no es el derecho el que prima, sino la aparente generosidad del “Superman” que se compadece.

Otro factor en el que hay que educar es el respeto a los demás; a considerarlos a ellos también como personas, y por tanto sujetos de los mismos derechos que se reclaman para uno mismo. En un mundo más bien individualista, este puente entre consideración por uno mismo y consideración a los demás tiene dificultades para ser cruzado, y la educación debe lograrlo. Atenta contra esta consideración de los demás, la cosificación: tendemos a “cosificar” al otro, utilizarlo, cuantificarlo, deshumanizarlo. Un ejemplo de esto lo daba Abimael Guzmán al hablar de la “cuota de sangre” que el Partido estaba dispuesto a dar por un objetivo concreto para considerarlo exitoso. Los videojuegos en los cuales se gana puntos asesinando, incluso torturando a las imágenes de los mismos, educan a las nuevas generaciones en la cosificación. La “rotación rápida” de relaciones que niños y adolescentes ven en la televisión cada día, y que son noticia luego en diarios y radio, degradan a la pareja a cosas descartable. Tal vez por ello el volver a poner al otro en el sitio que le corresponde sea una de las tareas más arduas.

Un escalón más en el que debemos educar, es en la responsabilidad personal de luchar porque los derechos humanos de los demás sean respetados. Quienes han logrado conciencia de su identidad, se ser sujeto de derechos, quien aprecia a los demás también como personas, debe desarrollar una conciencia adicional: su responsabilidad con los demás, su deber de promover de manera activa una sociedad donde todos sean respetados.

Esto tiene dos aristas: la que coincide más con nuestra espiritualidad cristiana es la responsabilidad ética ante el otro, ante el próximo como enseñaba permanentemente Jesús, pero que es también imperativo ético para quienes tienen otras religiones (un ejemplo es el Mahatma Ghandi) o para quienes no tienen ninguna (como tantos agnósticos que construyen solidaridad).

Pero también podemos entenderlo desde el lado de la teoría de los vasos comunicantes (tomando prestado un término de la física). En un mundo global como el nuestro, nadie puede tener ya asegurado su derecho mientras no están asegurados los derechos del resto. Pues quienes no los tienen asegurado, o quienes no han desarrollado el concepto del respeto a los demás como personas, van a irrumpir en nuestras vidas de manera traumática. Y ejemplos de esto los tenemos a raudales: atentados contra gente que camina, secuestros de gente con dinero, tragedias ambientales que afectan a todos por igual, etc.

Por ello (hasta egoístamente) podemos decir que asegurar el derecho de todos es factor necesario para salvaguardar el nuestro.

La educación en derechos humanos es un tema que no acaba nunca, pues aunque idealmente lográsemos en un momento dado que toda la humanidad alcance un mínimo aceptable de cumplimiento de sus derechos, habrán nuevas situaciones que cuestionen lo que ya hemos alcanzado. Por ejemplo la biotecnología: ¿afecta o no nuestro derecho el uso de las semillas transgénicas? Se enfrentan la necesidad de una mayor producción de alimentos con el uso de las mismas, a la necesidad de preservar la biodiversidad. O como en el caso actual de Ecuador, que enfrenta la necesidad de producir petróleo para cubrir las demandas de la población con las comunidades nativas que exigen el respeto a sus medios de vida y su territorio.

Para quienes creemos en Jesús de Nazaret, educar en derechos humanos es una tarea que viene desde la fe: el concepto de “próximo”, la acción por el mismo que nos pide el Señor, son parte sustancial de nuestra fe; tanto así que (según Mateo 25) seremos juzgados por lo que en nuestras vidas fue la responsabilidad con los demás. Honremos con nuestras acciones esa fe que nos hace felices.

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