viernes, 19 de septiembre de 2008

Para mi es una gran satisfacción el ser testigo de muchas historias del tiempo del colegio y algunas situaciones vividas después de esta etapa. La que viene a continuación es una vivencia que experimentara un grupo de "locos" que lo único que les importaba es pasarla bien todo el tiempo. Un grupo que paraba de arriba abajo haciendo de las suyas donde iban. Andrés Sovero se animará a continuación a contarles el relato de una de sus experiencias mas jocosas vividas en tiempos de colegio y que son muy difíciles de olvidar.
UN LOCO DIA DE PLAYA


Ante todo les diré que no me gusta escribir, ni cartas de amor he escrito. Esta historia que les voy a contar, un día se la conté a Paco y a Humberto y les resultó muy buena, que me pidieron repetirla para el blog. No sé como saldrá, porque una cosa es contarla verbalmente y otra por escrito. Ustedes me conocen, mis calificaciones en lenguaje y literatura eran de lo peor, pero haré el esfuerzo. Pido de antemano disculpas por la redacción y las posibles faltas de ortografía.

Eduardo Maraví, el loco Rubén Solórzano, Milton y Edgardo Escobar y yo un día planeamos salir a pasear a la playa, rompiendo la rutina. Era un grupo bien loco, hacíamos perradas y mataperradas, siempre estábamos haciendo noticia, fregábamos a medio mundo y ese día le tocó al loco Solórzano. Mi memoria a veces me falla y no recuerdo si esta salida fue en pleno 1977, año que me incorporé a la promoción, al año siguiente o después de salir del colegio. Lo que se es que había sol, y muy posible que era en verano. Salimos a mitad de la mañana llevando solo agua, nuestras truzas y un poco de dinero, algo que pudimos “recursiarnos” de nuestros viejitos. La vieja Edgardo era el mas tranquilo y el loco el mas desbocado del grupo.

Al llegar a la playa, nos pusimos a jugar paleta a la orilla del mar, alquilamos las raquetas y la pelotita por sencillo. El calor era insoportable, el sol quemaba y nadie llevó bloqueador solar, nadie se preocupaba en aquel entonces por protegerse de los rayos solares, con las gustas la gente llevaba en su bolso tan solo el bronceador. Ese día terminamos mas rojos que un tomate.

Compramos algunas chelitas bien al polo para refrescarnos, el loco hacía payasadas a cada momento, jodía a las hembras que pasaban cerca al grupo, le lanzaba la pelota al propósito a las chicas que tomaban el sol, solo por acercarse a ellas y gozar visualmente de sus torneados cuerpitos de cerca. Estábamos ya un poco picarones y las cosas nos salían todas bien, al menos eso creíamos todos. Ciriando a las hembras, jugando con el balón, es decir éramos ganadores en ese momento.

Llegó la hora del almuerzo, creo que el loco no puso nada, a mí me enyucaron casi toda la cuenta del combo, creo que pedimos un sevillano con harto ají que lo comimos con arena de playa. Después del combo descansamos un poco respirando la brisa del mar y tomando sol extra. No se en qué momento, creo que una hora después, aprovechando que el loco estaba jateando, a Eduardo se le ocurre una malévola idea. Estaba tan insoportable y diforsado el loco que teníamos que darle una lección. El plan consistía en darle el gran susto de su vida.

Ya era tarde, serían las 6 o casi las 6 de la tarde, la gente había dejado prácticamente la playa y nos disponíamos a concretar nuestro siniestro plan. Comenzamos a jugar a enterrarnos en la arena, el primero en enterrarse fue Eduardo. Cavamos un gran hueco en la arena en donde el cuerpo de Eduardo ingresaba de cuclillas con las manos debajo de las piernas, para impedir poder salir. Dijimos que lo hacíamos para experimentar que se sentía estar así y si podíamos escapar del encierro, solo nuestra cabeza estaba libre. Era imposible salir por más esfuerzo que hacía Eduardo. Y fue así que uno a uno desfilamos y experimentamos esta destornillante experiencia. Ya estaba casi oscuro y le llegó el turno al Loco. Para esto la cerveza ya nos había embriagado a todos y en especial a Rubén, que era el cabeza de pajarito del grupo. Se chantó y comenzamos a enterrarlo de cuerpo entero. Después de hacerlo comenzamos a bailar alrededor de él pisando fuerte la arena para que se compacte aún más. Parecíamos pieles rojas en una danza alrededor de una fogata. El loco se reía por momentos, y pedía que lo desenterraran, pero nadie le hacía caso. La marea comenzaba a subir y nosotros seguíamos con nuestro baile. A la vieja Edgardo se le ocurrió construir alrededor de la cabeza del loco una muralla de arena, para evitar que el agua llegara a su cabeza que era la única parte de su cuerpo que estaba libre de arena. Solórzano, ya estaba entrando en pánico al ver que parte del agua que impactaba en aquella frágil pared de arena ingresaba. Ya ustedes se podrán imaginar como se puso el loco cuando decidimos irnos y le dijimos que se iba a quedar enterrado ahí por ser tan jodido, que estábamos hartos de sus huevadas y que regresaríamos al día siguiente muy temprano para ver que fue de su existencia.

Así fue, nos despedimos y nos fuimos alejando, el loco gritaba con las justas porque la arena con el agua se había endurecido, el pánico se había apoderado de él por completo. “Por favor, no me dejen...!” repetía el loco, “Nos vemos mañana....si te encontramos!!” le gritamos. Milton dijo que regresemos, a lo que yo le hice caso. La cara del loco cambió y esbozó una tímida sonrisa, que desapareció cuando se dió cuenta que regresé tan solo para cubrirlo con un pedazo de plástico a manera de techito. En ese momento el loco rompió en llanto y el miedo lo embargaba por todos lados. Ya era de noche y las plegarias de Solórzano así como las súplicas se escuchaban en toda la silenciosa playa.

Terminamos con la tortura china, corriendo todos hacia el loco, él con la cara llena de barro, llorando y maldiciendo a todos lados. Con esto terminaron sus payasadas de aquel día y también nuestras diabladas, que a decir verdad creo que se nos pasó un poquito la mano.....
Andrés Sovero Espíritu

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