EPIFANÍA DEL SEÑOR
"¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?"
Por el P. Clemente Sobrado
San Mateo 2, 1 - 12:
Reflexión
Queridos amigos: Hoy celebramos la Fiesta de la Epifanía o de los Santos Reyes, una de esas fiestas que suele estar llena de toda una serie de adornos externos que, con frecuencia, nos hacen perder el verdadero sentido de lo que celebramos. Por ejemplo, los camellos, los tres Magos y toda una tropa de gente que los acompaña. Esto es parte de la fiesta, pero no son ellos la fiesta. La verdadera fiesta es la manifestación de Dios a la humanidad y lo más maravilloso es que Dios se manifiesta a los de que vienen de lejos, antes que a los de cerca. Con esto, Dios rompe la cárcel donde lo tenía aprisionado y como en propiedad privada la religión de la Ley. Era el Dios del pueblo, pero de sólo ese pueblo, no de los demás pueblos. Resulta que la Epifanía es la revelación de Dios a los demás pueblos, manifestando así su universalidad. Desde entonces ya no podemos decir “mi Dios”, “nuestro Dios”, sino el Dios de todos.
Uno de los gestos que suele pasar como desapercibido es lo que nos dice el Evangelio de Mateo: “Cayendo de rodillas, le adoraron.” Hacemos hincapié en los dones de oro, incienso y mirra, pero se nos cuela eso de “postrándose le adoraron”. “Cayendo de rodillas, le adoraron.” La adoración como la auténtica actitud del hombre frente a Dios.
A Dios le rezamos mucho, pero le adoramos poco. A Dios le pedimos muchas cosas, pero le adoramos poco. Dos gestos que ponen de manifiesto la auténtica relación entre el hombre y Dios: “ponernos de rodillas delante de Él” y “adorarlo”. Y lo más estupendo: adorar a Dios contemplando tan solo un niño como cualquier otro niño del barrio. Un niño nacido en la pobreza de un pesebre.
La adoración significa admiración, rendimiento, pasmo frente al misterio. Un misterio que solo podremos aceptar de rodillas. Es posible que este sea para muchos de nosotros el problema de nuestra fe. Nos ponemos de rodillas, pero adoramos poco. Guardamos poco silencio en el corazón para contemplar el misterio. Los Magos no hablan, no dicen palabra, adoran en el silencio.
Fuente: La Iglesia que camina
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