Desde hace meses, esta historia ha dado mil vueltas por mi cabeza, fue difícil encontrar la forma adecuada de moldearla hasta que de tanto rumiar ideas salió algo que creo más de uno podrá entender. No pretendo, en este corto relato, emular al guatemalteco Monterroso o al mexicano Lomelí en la narrativa breve, tampoco estoy seguro si lo que voy a prosar sucedió realmente o simplemente lo soñé en los breves espacios que el insomnio se descuida, ya que, si esto ocurrió o no, es lo que menos importa ahora, puesto que sería una tarea imposible determinar el momento exacto que el anécdota se convierte en fábula o cuando la leyenda se vuelve realidad.
PRECOZ
“Cualquier parecido con la realidad ¿será pura coincidencia?”
Corrían los días finales del inolvidable mes de Mayo, él estuvo una larga hora parado frente a una puerta que nunca se abría hasta que alguien le preguntó qué estaba esperando frente a una puerta cerrada con candado, esbozó una sonrisa nerviosa y prosiguió su búsqueda hasta que al final del pasillo, iluminado por una penumbra roja, encontró lo que buscaba; con la puerta entreabierta la “muñequita” ataviada con minúscula lencería transparente esperaba a sus clientes esbozando una media sonrisa en su sensual rostro de mirada inquieta; ella lo captó al instante, lo miró directo a los ojos y él se acercó casi levitando poseído por un trance hipnótico, sin voluntad; ella entreabrió sus carnosos labios para deslizar en su oído algunas palabras colmadas de erotismo en frases cortas y tan contundentes que bien podrían cortarse en rebanadas. Él recorrió por completo, de pies a cabeza, la sinuosa geografía corporal de la “muñequita” en un paneo cargado de un desesperado deseo parecido al hambre; se estremeció, simultáneamente sintió una fría humedad entre sus piernas, y en ese momento comprendió que todo había llegado a su fin.
Mario Domínguez Olaya
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