sábado, 31 de marzo de 2012


EL SILENCIO Y LA SOLEDAD

 “…jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.”
(Vallejo: “Piedra negra sobre piedra blanca”)


A veces, cuando el horizonte se enrarece y lo que era claridad, de repente, se vuelve nebuloso y confuso me obliga a detener mis pasos y aguzar con fineza los sentidos; entonces, casi a tientas, me tropiezo con la soledad que se presta incondicional a acompañarme mientras la bruma se disipa, y caigo en la cuenta de que ella, la soledad, es la única que se deja encontrar sin ser buscada.

Hace muchos años esta situación me provocaba cierto temor, pero luego comprendí que nada debía temer mientras sea yo quien asuma las riendas de esta relación, mientras tenga claro que la soledad puede ser buena compañía solo como medio más nunca como un fin.

Lo bueno de la soledad es que te abre caminos de nuevas perspectivas para valorar algún asunto que pudiera parecer complicado, te permite desplazarte hacia otros ángulos y terminas por darte cuenta que lo que parecía fiero no lo era tanto; es, como cuando observas con detenimiento una pintura y te vas moviendo lentamente en distintas direcciones y entonces vas descubriendo sombras, matices y claroscuros que estaban por ahí ocultos, hasta que por fin, lo miras todo en conjunto y te encuentras con el espíritu del artista que siempre tiene algo que decir aunque esté escondido entre formas y pinceladas.

Otro de los beneficios de nuestra amiga soledad, es que te da la oportunidad de escuchar con claridad los sonidos del silencio, esos silencios que lo dicen todo, esos silencios tan locuaces que no necesitan de palabras y que no sólo permiten encontrarte contigo mismo sino también encontrar y entender al amigo que está a tu lado repleto de lo mismo, de esa ansiedad común de búsqueda que finalmente termina por hermanarnos en esa frase pronunciada hace más de dos mil años por Terencio: “NADA HUMANO ME ES AJENO”; y es en este preciso momento que te das cuenta que la niebla ya se va disipando y que la soledad ya cumplió su cometido y se retira, pasivamente, a la espera de un nuevo encuentro y, ahora, ya estás en disposición de regresar con los otros que en realidad nunca dejaste.

A mí, en particular me agrada escuchar el silencio de las puestas del sol frente al mar, o el silencio colosal que precede al momento crucial cuando la claridad del amanecer desgarra incontenible el velo oscuro de la noche; más de una vez, siempre que puedo, voy en la búsqueda de los atardeceres y también de las auroras que ponen fin a mis noche insomnes y me recuerdan que ya empezó un nuevo día en mi paso por el tiempo y que ya es el momento de echar a andar.

Mario Domínguez Olaya

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