SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
“Este es mi Hijo amado, escuchadle.”
Por el P. Clemente Sobrado
San Marcos 9, 2 -10:
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: “Rabbí, qué bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”; pues no sabía qué decir ya que estaban atemorizados.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: “Este es mi Hijo amado, escuchadle.”
Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de “resucitar de entre los muertos”.
Reflexión
Este Segundo Domingo de Cuaresma nos encontramos con un Jesús que es el mismo de siempre, pero que hoy vemos de una manera distinta. Hoy lo vemos transfigurado. Hoy vemos cómo la interioridad de Jesús se parece a esas bombillas que tenemos en nuestras casas que mientras están apagadas sólo se ve lo exterior, pero cuando las encendemos la luz que se enciende dentro transfigura lo exterior y alumbra e ilumina toda la habitación.
La transfiguración es la experiencia de entrar dentro de Él y descubrir la llamarada de luz que alumbra de dentro.
Las cosas aparecen de una manera cuando las vemos por fuera y de otra cuando las vemos por dentro. ¿Quién ve el corazón de cada uno cuándo lo vemos desde fuera encerrado en el cuerpo? Nos hablan de alguien, ¿qué conocemos de él? Sencillamente, lo que nos han dicho, pero cuando alguien te abre su corazón cuántas cosas descubres dentro. ¡Cuantos secretos que nadie conocía! ¡Cuánta bondad que todos ignoramos!
La verdad de cada uno es como una sabia que corre por dentro. En un cuerpo, a veces bastante maltratado, podemos descubrir un corazón de oro.
Si cada uno se mira al espejo verá la cáscara de su vida, pero cuando en el silencio de la oración entramos dentro de nosotros, ¿verdad que descubrimos un mundo que nadie conoce? ¿Acaso la esposa conoce la verdad del corazón del marido? ¿Acaso el marido conoce toda la verdad del corazón de la esposa? Conocemos nuestros cuerpos, bonitos o feos, jóvenes o viejos, pero conocemos ese mundo que escondemos dentro.
Dios es el único que conoce nuestra verdad, por eso sólo Él puede dar un juicio sobre cada uno. Es nuestro secreto y nuestro misterio metido en el envoltorio de nuestras apariencias. Esa fue la gran sorpresa de los tres discípulos.
Fuente
La iglesia que camina
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