ROMPIENDO (EN NUESTRA IGLESIA PERUANA) EL PACTO INFAME DE HABLAR A MEDIA VOZ
En 1888 don Manuel González Prada denunciaba el silencio cómplice con la mediocridad y el abuso en que vivía el Perú de su tiempo; éstas eran algunas de sus palabras: "Llaman prudencia al miedo, a la confabulación de callarse, a la mentira sin palabras. Cierto, el camino de la sinceridad no está bordeado de rosas: cada verdad salida de nuestros labios concita un odio imparable, cada paso en línea recta es un amigo menos. (.) Rompamos el pacto tácito e infame de hablar a media voz. Dejemos la encrucijada por el camino real, y la ambigüedad por la palabra precisa" (discurso en el Teatro Olimpo).
Este silencio cómplice no es exclusividad del siglo XIX; parece que en Perú es más bien una manera de ser, un hábito de convivencia: no hablamos en voz alta, sonreímos para ocultar nuestro enojo; pero al mismo tiempo (y probablemente en parte por ese mismo no hablar en voz alta) somos una sociedad en la que predomina el chisme y la maledicencia. Esta manera de ser abarca todos los ámbitos de nuestra vida: el político, el familiar, el institucional, el religioso; y somos pocos quienes no sucumbimos a la tentación del .pacto infame. denunciado por el ilustre escritor.
Por ello nos alegra que los últimos días hayan sido publicados dos documentos que confrontan con respeto pero con claridad la posición que un sector de la jerarquía intenta imponer. Nos referimos a las cartas que la Compañía de Jesús y Monseñor Bambarén (obispo emérito de Chimbote) han dirigido al Presidente de la Conferencia Episcopal partiendo del tema de la Universidad Católica pero poniendo sobre la mesa su desacuerdo con el concepto de autoridad y de iglesia que está en el fondo.
En el boletín del colegio Héctor de Cárdenas* del 13 de agosto habíamos señalado con respecto al tema: "Detrás de esta situación están no solo posiciones personales; subyacen ante todo estilos de entender la iglesia, estilos de conducirla, estilos de vivir la fe. Como institución optamos por un estilo que nos permita (como pide el Vaticano II) ser corresponsables y actores en la vida eclesial y ser parte de las decisiones eclesiales. En todo caso, cumplimos con expresar nuestra opinión e invitamos a otras instituciones a discernir y expresar la suya." Las dos cartas mencionadas coinciden con esta posición, y estamos seguros motivarán a otros para que también se pronuncien.
No nos debe asustar que la discrepancia sea pública; lo que nos debería asustar es la sumisión silenciosa a estilos autoritarios y conservadores lejanos (y muchas veces contrarios) al mensaje de Jesús de Nazaret. Conflictos han habido en nuestra iglesia desde sus orígenes; basta leer Hechos de los Apóstoles o las cartas de Pablo para darnos cuenta. Pero esos conflictos adecuadamente procesados ayudaron a precisar puntos doctrinales y favorecieron el crecimiento del Pueblo de Dios.
Acontecimientos como la sanción al Padre Gastón Garatea y el intento de apropiarse de la Universidad Católica para fines sectarios han sido la ocasión para que el hartazgo de muchos católicos haga eclosión. En ese sentido creo que podemos hablar de un signo de los tiempos. No estamos dispuestos a convertirnos en acólitos de un proyecto de iglesia que más parece político (en busca de acumular poder) que evangélico. Aceptamos que pueden existir diversos puntos de vista, pero de ninguna manera que se imponga uno de ellos como si fuera la verdad revelada por Dios.
Hay momentos en la vida que se denominan "momentos límites", en los cuales la persona se ve forzada por la vida a tomar una decisión. Esos son los momentos en los cuales la persona crece o se estanca. Tengo la convicción que en nuestra iglesia peruana (¿y mundial?) llegó ese momento límite ante el cual deberemos tomar una opción. Que el Señor nos ilumine para escoger lo correcto, fuerzas para enfrentar los conflictos, capacidad de diálogo y caridad para hacerlo con amor a las personas.
(*) Colegio de Juan Borea
Hasta la próxima
Juan Borea Odría
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