sábado, 14 de noviembre de 2009

¿QUIÉN JUZGA A LOS JUECES?

Es inexorable, después de algún tiempo he vuelto a recorrer las páginas de una de mis lecturas favoritas “Los Miserables” (de Víctor Hugo); esto se hacía necesario para mi, en medio de mi mente sitiada por el pasado que veo por ahí caminando -a veces sonriente y otras amenazante- junto a un devenir incierto de una realidad que ha hecho sentido común de la sin razón; veo la TV, escucho la radio, ojeo algún periódico y la muerte cotidiana y absurda sale como saltimbanqui burlón y se dispersa por toda la atmósfera provocando una sensación de ahogo en mi alma; algunas personas -incluso las mas queridas- me dicen no veas, no leas, ni escuches noticias malas, piensa “positivamente” en lo bueno, como si fuera tan fácil para mi ponerme de perfil y hacerme el desentendido de todo lo que me asedia; reconozco que soy obstinado y la vida me ha enseñado que no necesito cerrar los ojos para ver y darme cuenta que ser uno mismo duele pero es necesario para vivir sin tener precio. Sin embargo, en medio de la niebla, libros como el de Víctor Hugo aparecen como faros que te dan la certeza de que si hay donde llegar y que es bueno estar vivo a pesar de que nademos contracorriente.

Las líneas que a continuación siguen nos dan cuenta de la nobleza de espíritu del obispo monseñor Bienvenu, sensible ante las injusticias de la “justicia” de aquellos letrados amorales que nos recuerdan a los jueces de nuestros días a pesar que Víctor Hugo da cuenta de la realidad de mediados del s. XIX.

“Volumen I

Fantine
Primera Parte

4. Las obras parecidas a las palabras
Un día, oyó en un salón, un proceso criminal que se instruía y que iba a sentenciarse. Un hombre miserable, por amor a una mujer y al hijo que de ella tenía, y falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella época, se castigaba aún este delito con pena de muerte. La mujer había sido apresada, al poner en circulación la primera pieza falsa fabricada por el hombre. La tenían en prisión, pero carecían de pruebas contra ella. Sólo ella podía declarar contra su amante y perderle. Negó. Insistieron. Se obstinó en negar. Entonces, el procurador del rey tuvo una idea: sugerir la infidelidad del amante.

Lo consiguió con fragmentos de cartas sabiamente combinados, persuadiendo a la desgraciada mujer de que tenía una rival y de aquel hombre la engañaba, entonces exasperada por los celos, denunció al amante, lo confesó todo y todo lo probó. El hombre estaba perdido.

Próximamente iba a ser juzgado en Aix, junto con su cómplice. Relataban el hecho, y todos se maravillaban ante la habilidad del magistrado.

Al poner en juego los celos, había hecho brotar la verdad por medio de la cólera, y había hecho justicia con la venganza. El obispo escuchaba todo aquello en silencio.
Cuando hubo terminado el relato, preguntó:
- ¿Dónde los juzgarán?
- En el tribunal de la Audiencia - le respondieron
Y él replicó:
- ¿Y dónde juzgarán al procurador del rey?”

VOLUMEN I, LOS MISERABLES de Víctor Hugo, Año 2000, Empresa editora El Comercio S.A, Lima – Perú. Título original: Les Miserables, Barcelona-España, Traducción del francés: Aurora Alemany, p. 27


Mario Domínguez Olaya

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si deseas, déjanos tu comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

TODA LA INFORMACIÓN SOBRE EL PERÚ