martes, 19 de junio de 2012

JG
 Una historia real de la vida misma
PRIMERA PARTE

 
Todo comenzó en aquel barrio de la Victoria, donde vivió los primeros años de su dura niñez, entre la dulzura de  su muy joven madre de apenas 18 años, sometida a la violencia desmedida de su pareja y padre de Julián Giorgio, quien sin alcanzar aun el año de vida, se perdía en medio de la tristeza y el dolor de su progenitora, y de sus dos hermanos mayores que se batían ya desde sus primeros años en medio del alcoholismo de su padre, su desenfrenada vulgaridad, y los abusos físicos, de quien sumergido en el vicio dejaba en segundo plano las necesidades del hogar, la seguridad, la economía y la educación de los pequeños, y de esa triste madre que no dejaba de mostrar, en aquel rostro juvenil marchito de tristeza y desesperación diaria, las huellas del maltrato físico y psicológico de aquel energúmeno, que no dejaba ya ni un día de ingerir cualquier tipo de licor, y se ufanaba frente a otros de su misma calaña, de tener todo controlado y ser siempre el que tenía toda la razón.

El no trabajaba, y si se le pudiera haber recordado algún oficio, este quedo perdido en lo más profundo de su mala memoria, ya que el vicio le fue ganando la razón y la tolerancia de quienes alguna vez pudieron haberle tenido algo de estima.

Vivir en aquel departamento alquilado en ese envejecido edificio situado en la periferia del parque de El Porvenir, era para la familia de JG, muy difícil por aquellos días, cuando apenas había cumplido los 7 años de vida, sus hermanos trabajaban en uno y otro cachuelo y trataban de estudiar, a como dé lugar. Aun cuando en la casa muchas veces ni luz tenían ya que el susodicho no cumplía en lo más mínimo con pagar la mensualidad del fluido eléctrico y lo que su madre podía ganar en los mil y un oficios que realizaba, no alcanzaba a cubrir las obligaciones respectivas.

Era un espectáculo por lo más patético el encontrarse todo ese núcleo familiar reunido en aquel departamento. Ella tratando de limpiar o arreglar cualquier desorden en casa, haciendo la comida, ayudando a los niños con sus obligaciones escolares evitando sus peleas de siempre. El, indiferente, semidesnudo fumando cual chimenea con una mano y con la otra sosteniendo la botella de licor, escuchando sus boleros cantineros o el partido de futbol del equipo de sus amores. Era un solo de ajos y cebollas verlo comentar cada momento del encuentro, pero eso sí, exigía silencio a todos durante el tiempo que durase el partido; y pobre de aquellos que estuvieran por su lado si perdía su equipo, la pobre mujer podía verse sorprendida con un empujón, una cachetada y los más graves insultos sin tener en cuenta la presencia de los niños que ya temían previamente por la reacción de su progenitor.

No sorprendía el hecho de que aquel mal padre, se desaparecía por largos días, sin poder saberse de él en el seno de ese triste hogar, llevándose consigo algún objeto de la casa o inclusive hasta las prendas de la madre de sus hijos, para subvencionar el precio del licor que no dejaba de ingerir todos los días

Así se sucedían largas temporadas de su ausencia, para lo cual no faltaba aquel vecino compadecido y afanoso, cual sutil consejero, que brindaba algún apoyo a aquella triste madre, quizás económico o sentimental, porque bonita era a pesar de lo emaciada y ojerosa que se veía. JG lógicamente nunca habló de ello, solo recuerda en su emnublecida memoria las noches en que durmiendo sus hermanos profundamente, escuchaba los gemidos de su mamá en la habitación de al lado que no le permitían conciliar el sueño, y al levantarse más de una vez veía despedir a su madre a algún amigo, que la consolaba en aquellas noches de abandono, dejándole en sus manos la ayuda necesaria con la cual lograría afrontar la jornada del día siguiente.

No alcanzaba a comprender el porqué sus dos hermanos mayores de 8 y 10 años al ser reprimidos por sus travesuras, respondían entre sollozos y gritos a su madre de la peor manera, el salía poco a la calle y en el colegio se encontraba bastante adelantado. Su madre ponía en el, todas sus esperanzas y el mayor de sus esfuerzos para poder salir algún día de aquella terrible situación.

Era un niño muy inquieto, lindaba con la hiperquinecia más desesperante por momentos. Travieso y ocurrente, juguetón a no más, muy amiguero pero siempre sobreprotegido por su progenitora que no dejaba de ver en él, el rostro del hombre que un día amo y que hoy temía y detestaba.

Fue durante una tranquila tarde cuando ella con sus tres hijos en la sala disfrutaban de las ocurrencias de JG cuando sonó estruendosamente la puerta y asustados los pequeños fueron abrazados por la mujer, los gritos de aquel hombre prodigo, alejado casi tres meses del hogar, se hicieron escuchar en todo el edificio y los niños y la mujer lloraban aterrorizados:”Abre maldita p…, ábreme la puerta ramera de m…” La voz gangosa de aquel hombre envilecido por el alcohol, no dejaba de ser reconocible por ellos, estaba tan ebrio que no lograba abrir la puerta con facilidad, teniendo la llave intentaba abrirla en mil y un intentos. Fueron casi veinte minutos de gritos, con los peores improperios hasta que por fin logro abrirla, los vecinos congregados a su alrededor, alentaba algunos aun mas su violenta actitud, otros por el contrario trataban de calmarlo inútilmente. Estaba enceguecido y sordo para algún consejo racional en aquel instante, “Esa mujer es una p…, merece una reprimenda, te ha cuerneado con medio barrio, bien merecido lo va a tener…” decía una vulgar mujer al momento que irrumpió aquel maldito. Poco le importó que en la habitación la mujer estaba con los niños, la separó con mucha rudeza de los pequeños y jalándola de los cabellos la arrastró al cuarto de al lado y no dejo por largos minutos de golpearla inmisericordemente. Los gritos de la pobre mujer eran por demás desgarradores, su “no me hagas daño por el amor de Dios” no lo detenían.

Los niños fueron llevados por una vecina a uno de los departamentos contiguos llorosos, aterrados pedían que salven a su mamita. Así fue que llegó la policía luego de interminables minutos. Al irrumpir en la habitación encontraron a la pobre mujer media muerta y desnuda, sangrando, fruto de la golpiza y la violación más cruenta que aquel individuo, con los más bajos instintos, le había propinado.

Él se encontraba sentado a medio vestir, con la chata de ron en la mano, no se le entendía ya palabra alguna. Los tres agentes de la policía que llegaron lo levantaron en peso y a rastras fue llevado enmarrocado a la delegación del distrito.

(Esta historía continuará la próxima semana)

El Dr. Joe 90

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