sábado, 24 de octubre de 2009

LEYENDA

Cierto día se reunieron todos los sentimientos de la Tierra. El Aburrimiento bostezó por tercera vez y la Locura, tan loca como de costumbre, propuso: - ¿Por qué no jugamos a las escondidas?

La Intriga levantó una ceja y, sin poder contenerse, la Curiosidad preguntó: - ¿A las escondidas? ¿Y cómo se juega eso?

- Es un juego, explicó la Locura, en el que yo me cubro los ojos y empiezo a contar desde uno hasta un millón, mientras todos los demás se esconden, cuando haya terminado de contar, el primero a quien encuentre ocupará mi lugar para proseguir con el juego. La idea era buena y el Entusiasmo bailó cogida del brazo de la Euforia y la Alegría dio tantos brincos que convenció no sólo a la Duda sino también a la Apatía, a quienes nunca les interesaba nada. Sin embargo, no todos quisieron participar.

La Verdad prefirió no esconderse. - ¿Para qué? si al final siempre acabarán por descubrirme, dijo.
La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (pero en el fondo lo que en verdad le molestaba era que la idea no había sido suya), mientras que la Cobardía prefirió no arriesgarse.

Uno, dos, tres, cuatro,... empezó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra que encontró en el camino. La Envidia se agazapó tras la sombra del Triunfo, que con mucho esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

La Generosidad por poco y no alcanzaba a esconderse, pues cada sitio que hallaba se lo cedía a algunos de sus amigos: ¿un lago de aguas cristalinas? ideal para la Belleza. ¿La grieta de un árbol? Perfecto para la Timidez ¿El vuelo de una mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad. ¿Una ráfaga de viento? Magnífico para la Libertad. y, finalmente, acabó escondido en un rayito de Sol.

El Egoísmo en cambio, se cuidó en encontrar un sitio muy bueno, cómodo y ventilado, pero sólo para él. La Mentira anunció ruidosamente que se escondería en las profundidades de los océanos pero en realidad se escabulló detrás del Arco Iris, mientras que la Pasión y el Deseo corrieron de la mano hacia fondo de un volcán; y el Olvido no recordaba donde había visto un buen escondrijo.
Justo en el último momento, cuando la Locura iba ya por el número 999.999, el Amor que aún no había encontrado un buen lugar, se topó con un rosal y se echó de cabeza para esconderse entre sus flores.

- ...Y un millón!, contó la Locura abriendo los ojos para ponerse a buscar.
La primera en aparecer fue la Pereza, por que a apenas había dado tres pasos para esconderse debajo de la primera piedra que encontró.
Luego, la Locura puso su mejilla en la tierra y sintió vibrar a la Pasión y al Deseo dentro del volcán. Detrás del gran árbol y en un descuido encontró a la Envidia, y a partir de ella pudo deducir dónde que el Triunfo estaría en su copa. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, solo esperó a que él saliera disparado de su escondite, ya que había escogido un nido de serpientes.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Con la Duda resultó aun más fácil porque la encontró sentada en una tapia sin decidir de que lado debía esconderse.
Así los fue encontrando a todos: al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una cueva oscura, a la Mentira detrás del Arco Iris que estaba renegando por no haber ido al fondo de los océanos, y también halló al Olvido, que ya se le había olvidado que también estaba jugando.Solamente el Amor no aparecía por ningún sitio, la Locura buscó detrás de cada árbol del planeta, bajó por todos los arroyos y subió a todos los montes; y, cuando ya estaba a punto de darse por vencida, vio el rosal. Tomó una vara y se puso a remover las ramas cuando de pronto se escuchó un grito de dolor, sin querer la Locura había hecho que las espinas hirieran al Amor en los ojos; la Locura no sabía que hacer ni decir para disculparse. Lloró, rogó, imploró, pidió perdón e incluso se ofreció para ser su lazarillo.

A partir de entonces, desde aquella vez que por primera vez los sentimientos jugaron al escondite, el Amor se volvió ciego y la Locura siempre lo acompaña...

Mario Domínguez Olaya

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