jueves, 22 de octubre de 2009

NO PERDAMOS LA CAPACIDAD DE INDIGNACIÓN


No sabemos bien por qué, pero es un hecho que la mayoría de peruanos no solemos hablar en voz alta expresando lo que creemos; más bien hablamos en voz baja, con el del costado, sin confrontar con aquél de quien discrepamos. Esta actitud fue la que denunciaba a principios del siglo XX Manuel González Prada refiriéndose a lo que él llamaba “el pacto infame de hablar a media voz”. Una costumbre que se traslada a otras manifestaciones, como las cívicas, culturales o religiosas. Nos cuesta cantar con fuera el himno nacional, y nuestros templos parecen velorios porque casi nadie habla con fuerza.

Asociada a esta expresión timorata está nuestra escasa capacidad de indignación. Acontecimientos que en otros países ocasionarían tumultos, entre nosotros a lo más ocasionan comentarios por lo bajo. De eso se aprovechan los sinvergüenzas para enriquecerse a costa del Estado, y muchos abusivos para oprimir a menores, débiles, o despistados. Y lo que es peor, quienes se atreven a alzar su voz de protesta son catalogados de “rebeldes sin causa”, “desadaptados”, “perros del hortelano”, y acallados muchas veces por aquellos a quienes la denuncia ayudaría a superar su situación. Prima la cultura de acomodarse con el vencedor, olvidando la ética personal y social.

Ejemplos saltan a la vista. En Lima se construye un sistema vial que será uno de los más caros del mundo, que está demorando una enormidad, que cada vez aumenta sus costos, y el responsable de ello encabeza las preferencias en las encuestas. La que va segunda en las mismas no ha tenido otro mérito que ser hija de un dictador, asumir el cargo de Primera Dama reemplazando a su propia madre que sufría acoso y maltrato por el mismo que la nombraba a ella como reemplazante, y estudiar en el extranjero con dinero mal habido. Qué decir del proceso a los llamados Petroaudios, que apagó su primera vela sin que se haya encausado a nadie más que a los primeros implicados, y que a todas luces se busca diluir para buscar la prescripción o el arreglo bajo la mesa. Y la lista podría seguir ad infinitum.

Desde pequeños nos vacunan contra la indignación al darnos dosis permanentes de falta de dignidad: basura en calles e instituciones, tránsito caótico, colas interminables, trámites que se alargan enfermizamente, medios de comunicación dignos de débiles mentales donde lo realmente importante casi no figura, hora impuntual sin respeto a los asistentes…como resultado nos convertimos en un pueblo acrítico, dócil y resignado, que busca acercamiento individual al poder para conseguir algo, sin atreverse a la salida colectiva que busca la justicia. No en vano tenemos nuestros gobernantes y congresistas, que tal como se muestran son en realidad (tristemente debemos reconocerlo) representativos de la población.

Por ello la invocación a no perder la capacidad de indignarnos. Hay que ser tolerantes con fallas humanas y con debilidades que todos tenemos; pero no convertir esa comprensión y tolerancia en complicidad, en cobardía, en impunidad. Estamos a tiempo, cambiemos aunque sea muy tarde y perdamos la capacidad de reacción.
Juan Borea Odría

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