domingo, 14 de noviembre de 2010


ANUNCIO DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Por el P. César Romero
Lucas 21, 5 - 19

Y mientras algunos estaban hablando del templo, de cómo estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, [Jesús] dijo: [En cuanto a] estas cosas que estáis mirando, vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada. Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo sucederá esto, y qué señal [habrá] cuando estas cosas vayan a suceder? Y Él dijo: Mirad que no seáis engañados; porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: "Yo soy [el Cristo]," y: "El tiempo está cerca". No los sigáis. Y cuando oigáis de guerras y disturbios, no os aterroricéis; porque estas cosas tienen que suceder primero, pero el fin no [sucederá] inmediatamente.

Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino; [habrá] grandes terremotos, y plagas y hambres en diversos lugares; y habrá terrores y grandes señales del cielo. Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Esto os dará oportunidad de testificar. Por tanto, proponed en vuestros corazones no preparar de antemano vuestra defensa; porque yo os daré palabras y sabiduría que ninguno de vuestros adversarios podrá resistir ni refutar. Pero seréis entregados aun por padres, hermanos, parientes y amigos; y matarán [a algunos] de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Sin embargo, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia ganaréis vuestras almas".

Reflexión

Los textos de la literatura apocalíptica que en la Biblia hablan del final del mundo son abundantísimos. A lo largo de la historia ha habido muchos intentos para intentar traducir en detalle a fenómenos geológicos, astronómicos, fechas precisas, identidad del Anticristo, etc. dichos pasajes. El paso del tiempo ha ido desmintiendo todas estas especulaciones. Sin embargo, siempre hay gente dispuesta a intentarlo.

Las palabras de Jesús no nacen de la ira. Menos aún, del desprecio o el resentimiento. El mismo Lucas nos dice un poco antes que, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, Jesús «se echó a llorar». Su llanto es profético. Los poderosos no lloran. El profeta de la compasión sí.

El anuncio de la segunda venida del Señor, junto con los acontecimientos de los últimos tiempos, ha sido siempre un tema interesante y que provoca muchas dudas, sobre todo por el saber interpretar el lenguaje apocalíptico que se utiliza para referirse a ellos. Dada esta dificultad, san Ambrosio opta por darle una doble interpretación a esta sección del evangelio de Lucas.

En la primera, literal, se referirá a acontecimientos históricos que se estaban dando en su época, los cuales se asemejaban a las señales dadas por Jesús, y que lo llevaban a considerar que el fin estaba próximo; pero trata de ser muy cauto para no malinterpretar la Palabra de Dios, por ello avanza una segunda interpretación: la espiritual.

“Quizá –dice Ambrosio- sea ésta la exposición que mayores bienes me reporte a mí. Porque, ¿de qué me sirve saber el día del juicio? Y puesto que tengo conciencia de tantos pecados, ¿de qué me aprovechará el que Dios venga si no viene a mi alma ni a mi espíritu, si no vive en mí Cristo ni Él habla en mí? Por esa razón Cristo debe venir a mí, su venida tiene que llevarse a cabo en mi persona. La segunda venida del Señor tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos decir: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Siguiendo este sentido, la primera parte del relato, que dice: No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida, no se refiere tanto al templo de Jerusalén, el cual por obvias razones se destruiría con el paso del tiempo; sino que también se refiere a otro tipo de templo, pues “en verdad, también en cada hombre existe un templo que se derrumba cuando falla la fe, y, especialmente, cuando uno lleva hipócritamente el nombre de Cristo, sin que su afecto interior corresponda a tal nombre”. La recta fe y la vida ejemplar son el verdadero templo de Dios, que no se verá destruido, sino fortificado, con la venida de Cristo.

De manera semejante, las guerras, revueltas, enfermedades y demás calamidades anunciadas, las debemos entender de forma espiritual. “Al ser preguntado el Señor sobre cuándo acaecería la futura destrucción del templo y cuál sería el signo de su venida, Él condescendió en hablarles de las señales, pero en cuanto al tiempo no creyó oportuno indicárselo”. Las señales nos benefician, el saber el día en nada nos aprovecha para nuestra salvación.

¿En qué nos benefician las señales del fin del mundo? En comprender la preparación espiritual que debemos tener para afrontar ese momento. “Hay otras clases de guerras que tiene que librar el hombre que es cristiano, es decir, la lucha contra las distintas pasiones, los combates contra los malos deseos, y es una verdad inconclusa que los enemigos internos son de más peligro que los de fuera. En verdad, la avaricia nos excita, nos inflama la pasión, el miedo nos atormenta, la cólera nos zarandea, la ambición nos desasosiega, los malos espíritus que vagan por los aires intentan aterrorizarnos. Y por eso, en realidad, se asemejan a combates que nos hacen entablar, y, como si fueran terremotos, dejan sus huellas en las partes más débiles del alma cuando ésta se halla agitada”. Cuando experimentamos esto en nuestras vidas, es que la venida de Cristo está próxima a nuestra alma.

Por último, descubre también otra asechanza, la de la falsa doctrina, diseminada por los herejes de su tiempo. La cual debe ser afrontada con la saciedad de “la abundancia de la Escritura divina”. Y exclama un gran deseo: “¡Que se predique el Evangelio para que sea consumido el mundo!... El hombre espiritual anuncia el Evangelio cuando lleva a cabo todo el proceso de sabiduría y practica todas las virtudes, y, mientras canta con el alma y con el espíritu, va destruyendo la última muerte”.

Nos salen al encuentro propuestas de vida más fáciles, engañosas, sin vida. Nos toca orar y vivir una hora intensa, con posibilidades y riesgos, una hora difícil. Pero no estamos solos. Viene Jesús y, con Él, tantos amigos del ser humano, que alientan y fortalecen. No es tiempo de lamentos miedosos, dicen; tampoco, de refugios en madrigueras; mucho menos, de buscar seguridades en una falsa religiosidad. Es tiempo de escuchar en el corazón el susurro de Dios, que trae futuro y esperanza para los pequeños de la tierra, es tiempo de abrazarnos a Jesús, es tiempo de compromiso común para acallar el rumor de toda injusticia, es tiempo de ponernos de pie.

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