MAMÁ TETÉ
Mamá Teté, recuerdas que hace doce años fue la última vez que nos vimos y te dije: - Ya regreso… y cuando volví ya no te encontré.
Cómo vuela el tiempo Mamá Teté, y hoy que nos volvemos a reunir, el tiempo no sólo se ha detenido sino que las manecillas del reloj han comenzado a girar velozmente hacia la izquierda y escucho nuevamente tu inconfundible voz como cuando tenía cuatro años y regresábamos del hacer las compras en el mercado y te ponías a cocinar, veo como tranquilamente desocupas el viejo sillón de madera y me sientas en él, luego colocas la tabla de lavar la ropa entre los brazos del sillón, me das un beso en la mejilla y en ese improvisado pupitre me entregas un pequeño block y un lápiz mientras me dices: - Ya es hora, van a comenzar tus clases…
Y encendías la vieja TV B/N a tubos, marca SABA, y mueves la perilla de los canales hasta llegar al 7 justo en el momento que empieza la “Telescuela”, con el profesor Walter, y ahí sentado, aprendí a leer y a escribir respirando los aromas de tu cocina y tu dulce voz cuando pasabas por mi lado y me decías: - Qué bonito has dibujado esa casita y qué bien te ha salido la “m” con la “a”.
¿Cómo olvidar esos momentos, si los tengo registrados con fuego en mi memoria como si hubieran ocurrido hoy mismo?. De tus labios escuché por primera vez aquello de que hay que amar al prójimo como a mí mismo y cuando te pregunté quién era mi prójimo me dijiste con la sencillez de siempre: - quien esté a tu lado hijito… y más adelante lo comprendí mejor cuando mi padre me explicó que para amar a mi prójimo como a mí mismo debía empezar por respetarlo, que sin respeto no podría amar a nadie y menos a mí mismo ya que sólo puede amarse aquello que se respeta.
Es la verdad, no sólo me diste la vida sino que también te encargaste de darle forma a la persona que ahora soy, con sus altos y sus bajos, con sus avances y retrocesos, con su plenitud y sus vacíos, con sus alegrías y sus tristezas en fin con todo aquello que sostiene nuestras vidas.
Han pasado doce años, Mamá Teté, y has regresado para comprobar si aún recuerdo tus enseñanzas y, como podrás ver, no he sido mal alumno, todo lo que me enseñaste está a buen recaudo en mi conciencia y en lo que le enseño a mis hijos, por ello te doy las gracias.
Ahora sé que en realidad nunca te fuiste a pesar de que ya no estés conmigo y, quién sabe, quizás sea yo quien esté muerto y ahora estoy aquí conversando contigo. Hasta siempre mamá, regresa cuando quieras.
Mario Domínguez Olaya
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