Era finales de setiembre de 1974, la semana del colegio ya había pasado, juegos, concursos, paseo de antorchas, actuaciones y la tradicional kermesse anual, donde toda la familia marista viene reuniéndose desde aquellos tiempos hasta la actualidad. Mi amistad con el gordito José Luis Candiotti hasta esos años no era del todo consolidada, siempre fuí para él "competencia" -eso lo supe recién ese año por su propia boca- yo ignoraba de esa "etiqueta" que tenía para él. Igual frecuentábamos algunas jornadas de estudios y juego en el recreo, esto si Walter Valderrama no lo expulsaba del grupo cada vez que el gordo se acercaba.
Cursábamos el primero de secundaria, el hno. Pedro Badoza era nuestro tutor. Pepe Candiotti siempre fue el que me antecedía en la lista de alumnos de la clase, él renegaba siempre de su posición dentro de esa lista. Para los exámenes orales no había mucho tiempo para estudiar y ni hablar para la entrega de trabajos y asignaciones, lamentablemente casi siempre comenzaban por el primero de la lista - Sergio maldecía aún más esta desgracia- Yo ya me había acostumbrado a aquello, sólo a veces me psicoseaba cuando el profesor Sumari rompía aquel ritual y llamaba de atrás hacia adelante o lo hacía llamando al primero de cada decena: "Vengan a dar su examen oral de historia los números 1, 11, 21, 31 y 41...."; justamente ese año fue número 11 en la lista.
Cursábamos el primero de secundaria, el hno. Pedro Badoza era nuestro tutor. Pepe Candiotti siempre fue el que me antecedía en la lista de alumnos de la clase, él renegaba siempre de su posición dentro de esa lista. Para los exámenes orales no había mucho tiempo para estudiar y ni hablar para la entrega de trabajos y asignaciones, lamentablemente casi siempre comenzaban por el primero de la lista - Sergio maldecía aún más esta desgracia- Yo ya me había acostumbrado a aquello, sólo a veces me psicoseaba cuando el profesor Sumari rompía aquel ritual y llamaba de atrás hacia adelante o lo hacía llamando al primero de cada decena: "Vengan a dar su examen oral de historia los números 1, 11, 21, 31 y 41...."; justamente ese año fue número 11 en la lista.
El gordo era muy fogoso, muy empeñoso en lo que se proponía. Su papá se encargaba de comprarle lo mejor para el estudio, mejores útiles, mejores libros, mejores maletas, etc. Don Alfonso se pasaba la vida diciéndole que debería ser siempre el mejor, el mejor estudiante, el mejor deportista, el mejor dibujante, el mejor, el mejor......Esa era la palabra que Pepe tenía incrustada entre las sienes y que nadie comprendía las constantes frustraciones y estrés que tenía que enfrentar cada mañana al levantarse, prepararse y cruzar la avenida San Juan para ir al colegio todos los días. Detrás de ese "niño afortunado" existía un infeliz niño que no lo dejaban ser lo que realmente era: un niño. Sus padres trabajaban en el kiosko en el colegio, y es así que casi nunca para él había recreo. Me acuerdo cuando era la hora del recreo de la merienda, el gordo corría al kiosko para almorzar a la carrera y volver al dictado de clases. Cuando lo visitaba en su casa para la realización de un trabajo grupal siempre lo pillaba haciendo marcianos (chups) moliendo papas para la papa rellena, empaquetando dulces y demás cosas para la venta del día siguiente. Después ayudaba a su padre en el revelado de fotografías -Don Alfonso era f otógrafo- Pepe no tenía tiempo para jugar, los chicos del barrio eran muy poca cosa para su hijo, afirmaba casi siempre su padre. No había lugar para la diversión con sus semejantes.
Siempre preparado para el sacrificio y la batalla de todos los días, así era la vida de pepito Candiotti. Pasaron las semanas y como de costumbre llegó el Día del DOMUND -aquella colecta pública que siempre todos los años realizábamos en las calles de San Juan para los más pobres del mundo- nos encargaron la misión de salir juntos con nuestras alcancías a recaudar dinero para las Obras Misionales Pontificias. Ya era Octubre y hacía calor, era una jornada de pedir dinero a todo el que se cruzara por nuestro camino. A Pepe se le ocurrió salir de San Juan y me dijo: "Paco salgamos de San Juan, de paso que conocemos otros lugares", "pero, adonde?" -le dije muy sorprendido- "ya veremos..." y con una media sonrisa esbozada como sabiendo a donde iríamos emprendimos la marcha.
Caminamos bastante para salir del distrito, ya habíamos pasado el puente Atocongo y veíamos perderse San Juan atrás a nuestras espaldas. Pasamos por la pequeña bolichera que era una oficina de la empresa Crysler/Dodge donde vendían carros -ahora está después del puente como atractivo turístico- ...ya estábamos en Surco y caminábamos por la avenida Atocongo -ahora Tomás Marsano- hacia Lima. "Lima...!!" le dije sorprendido al gordo- "Sí Paco vamos a Lima.." me contestó. "Pero estás loco Pepe? a qué hora crees que estemos de vuelta si vamos caminando?" -le repliqué y me contestó: "A la hora que regresemos.."
Ya estábamos por lo que ahora es San Borja (había casas muy bonitas, grandes jardines y algunos sembríos un poco más aislados. Habían pasado dos horas y nos sentamos un momento en la grama a descansar.
Paco: "Por qué haces esto Pepe?"
Pepe: "A qué te refieres?"
Paco: "Ya tenemos la lata llena, son las 10 de la mañana, regresemos"
Pepe: "Parece que tienes miedo.."
Paco: "Nada que ver, pero el objetivo ya se cumplió, acuérdate que tenemos plata en esta lata y nos pueden chorear (asaltar)
Era cierto, él tenía solo 12 y yo 13 años de edad, solos con plata, inclusive las personas nos daban billetes y como no había lugar en la lata nos lo daban en la mano. Ya no teníamos que seguir con la colecta. Sin embargo había una razón mayor por la cual el gordito Candiotti quería seguir.
Pasaban las 11 de la mañana y nos encontrábamos ya a la altura del cruce entre la avenida Javier Prado y el Paseo de la República, caminábamos bordeando la vía expresa hacia Lima. Durante todo el camino Pepe me hablaba sobre él, su familia, sus inquietudes y proyectos. Realmente fue una gran oportunidad de conocerlo mejor, nunca se había dado el momento para conversar largo y tendido con el gordo por tanto tiempo. Pude notar algo de resentimiento en sus palabras al referirse a su padre. Esa caminata para él era como huir de la realidad, darse su tiempo y su espacio, ser libre y compartir su felicidad. En efecto Pepe y yo la pasamos muy bien aquel día, nos reíamos de algunos chistes, de situaciones ´que se habían presentado en el salón de clases dias atrás, nos jaraneábamos de las ocurrencias de Díaz (el maniático) y de Angeles (el cínico) y de todas las travesuras que hacían.
En el camino encontrábamos a todo tipo de gente que nos abordaba con su donación, algunas personas humildes que compartían lo poco que tenían y lo daban de corazón, y de otra parte habían pitucas muy mayores que hacían alarde de lo que entregaban. Era una lección práctica de lo tristemente injusta que es la calle. Vimos algunos mendigos muy enfermos que necesitaban de nosotros y no vacilamos en darles el "plus" que llevábamos encima. Unos cuantos soles no iban a cambiar el éxito obtenido en la colecta.
Llegamos al puente México y nos metimos a Santa Beatriz, que queda cerca a Lince...habíamos llegado a Limaaaa....! Cerca del Hospital del Empleado -ahora Rebagliati- vivía una tía abuela de Pepe Candiotti, cuando llegamos a su casa ya nos esperaban unos grandes vasos de jugo con megaemparedados llenos de cosas ricas (jamón, pollo, lechuga, queso fundido, tomate, mayonesa, etc) Era un perfecto garbanzal de alegría y nos embargaba una gran dicha ser atendidos como reyes. Nos refrescamos, descansamos y Pepe aprovechó la visita para ponerse al día con las tías, no las visitaba desde hace mucho. Después de esa agradable escala, emprendimos el regreso a San Juan. Ya era más de la una de la tarde y tanto él como yo fuimos de la idea de regresarnos en bus. Para esto la línea 76 de los Bussing nos traería de regreso al colegio para entregar las donaciones que habíamos recolectado ese día.
Pero más que plata, ese día yo rescaté al verdadero Pepe Candiotti que no conocía bien desde que entré al Maristas. Aquella jornada me permitió saber más de él, para entender algunas veces esos arranques raros que tenía. Muchas taras de su viejo, muchos errores al educarlo hicieron de Pepe un muchacho triste y detrás de lo robusto, contento y optimista, se escondía alguien que sufría mucho. Cargaba mucho sobre sus hombros. No es un pecado ayudar a sus padres en el trabajo, tampoco que nuestros padres nos exijan estudiar. Yo también ayudaba a mi viejo en la preparación de algunas cosas cuando trabajaba en la cafetería del colegio, pero nunca mi padre me hizo sentir como una basura, ni me humillaba. Por un lado a Pepe lo trataban mal y por otro le decían que era superior que el resto de sus amigos por ser más blanca su piel, por tener el cabello castaño y tener ojos verdes. Para el gordo era una tragedia griega el seguir esos postulados un tanto bizarros sobre todo de su viejo. No tenía un panorama real de como eran las cosas. Sin embargo nunca antes lo había visto mas feliz y libre como aquel día.
Me imagino que las cosas siguieron transcurriendo de manera similar con el paso de los años, terminando Pepe por dejar el país luego de terminado el colegio y huir, sí, huir a otras tierras dejando ese pasado que lo asfixiaba y que no lo dejaba ser quién él quería ser. Lamentablemente después de 1987 -año en que lo ví por última vez- su vida no fue muy grata que digamos y años mas tarde su trabajador corazón deja de latir terminando ese buscarse y no poder encontrarse por completo consigo mismo......
Paco Cárdenas Linares
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