EL ROSTRO DEL MIEDO
En uno de los tantos combates de las guerras de Napoleónicas, un oficial de Napoleón que se batía con su sección en retirada, escapando de las fuerzas enemigas, entró en un pueblito de la campiña francesa; prácticamente les pisaban los talones y era conciente que la ventaja tomada era mínima y que en cualquier momento les darían alcance, dividió su sección en dos pelotones y les ordenó dispersarse en varias direcciones mientras que él se quedaría con cinco soldados buscando algún refugio en el pueblo con la directiva de reagruparse al día siguiente en una colina cercana y unirse al grueso de su ejército. Así se hizo y a las pocas horas oyeron ruidos de galopes y metales que les hicieron darse cuenta de que el enemigo estaba bastante cerca y también cayeron en la cuenta de que eran demasiado numeroso y cualquier enfrentamiento no solo era estéril sino mas bien suicida, por lo que decidió que lo mejor era buscar de inmediato algún escondite.
Cuando el oficial se aseguró de que sus hombres se habían podido esconder, buscó un escondite para él y desesperado, se dirigió a una casa cercana conminando al propietario que le escondiera allí; por suerte el ciudadano era partidario de Napoleón y no se resistió al pedido aunque no sin temor pues ya se escuchaba el sonido de las botas entrando en el pueblo ya casi no quedaba tiempo y le señaló un montón de pieles que había en el suelo y le dijo que se escondiera debajo de ellas bien pegado a la pared. Así lo hizo el oficial, y el propietario le cubrió con todas las que pudo.
Cuando el ciudadano estuvo seguro de que el enemigo se había retirado, dijo en voz alta que ya no había peligro y que las tropas se habían marchado del pueblo. El oficial salió arrastrándose de debajo de las pieles, estaba temblando pero sin ninguna herida. El propietario de la casa estaba sorprendido de lo que había pasado y le preguntó al oficial qué había sentido cuando los soldados clavaron sus bayonetas en el montón de pieles.
El oficial le lanzó una fría mirada, cogió al ciudadano por los brazos y lo sacó fuera de su casa, hizo una señal para que sus soldados salieran de sus escondites y sin mayor explicación les hizo formar un pelotón de fusilamiento, no sin antes decir unas breves palabras al oído de uno de los fusileros encargándose éste de transmitir la orden a los restantes. El propietario de la casa no entendía nada, solo se daba cuenta que estaba atado con las manos a la espalda y lo habían colocado en la línea de tiro y cuando escuchó al oficial ordenar: ¡Preparen! ¡Apunten!..... comprendió que su hora había llegado y se puso a temblar de arriba abajo y cayendo de rodillas al suelo. El oficial se acercó a él, lo levantó del suelo y mientras le desataba las manos le dijo:
- Ahora ya sabes cómo me sentí cuando estaba debajo de las pieles.
En uno de los tantos combates de las guerras de Napoleónicas, un oficial de Napoleón que se batía con su sección en retirada, escapando de las fuerzas enemigas, entró en un pueblito de la campiña francesa; prácticamente les pisaban los talones y era conciente que la ventaja tomada era mínima y que en cualquier momento les darían alcance, dividió su sección en dos pelotones y les ordenó dispersarse en varias direcciones mientras que él se quedaría con cinco soldados buscando algún refugio en el pueblo con la directiva de reagruparse al día siguiente en una colina cercana y unirse al grueso de su ejército. Así se hizo y a las pocas horas oyeron ruidos de galopes y metales que les hicieron darse cuenta de que el enemigo estaba bastante cerca y también cayeron en la cuenta de que eran demasiado numeroso y cualquier enfrentamiento no solo era estéril sino mas bien suicida, por lo que decidió que lo mejor era buscar de inmediato algún escondite.
Cuando el oficial se aseguró de que sus hombres se habían podido esconder, buscó un escondite para él y desesperado, se dirigió a una casa cercana conminando al propietario que le escondiera allí; por suerte el ciudadano era partidario de Napoleón y no se resistió al pedido aunque no sin temor pues ya se escuchaba el sonido de las botas entrando en el pueblo ya casi no quedaba tiempo y le señaló un montón de pieles que había en el suelo y le dijo que se escondiera debajo de ellas bien pegado a la pared. Así lo hizo el oficial, y el propietario le cubrió con todas las que pudo.
Estaba en ese afán cuando unos soldados enemigos irrumpieron en la casa y empezaron el registro; buscaron por todas partes hasta que vieron las pieles, el ciudadano muy nervioso le dijo que estaban allí por que al día siguiente vendrían a comprarlas, los soldados estaban a punto de marcharse cuando dos de ellos clavaron sus bayonetas caladas en el montón - por si acaso, dijo uno de ellos sonriendo; no se escuchó ni un solo ruido y el oficial al mando dijo: - Nos vamos, aquí no hay nadie deben haber marchado al siguiente pueblo, y se fueron.
Cuando el ciudadano estuvo seguro de que el enemigo se había retirado, dijo en voz alta que ya no había peligro y que las tropas se habían marchado del pueblo. El oficial salió arrastrándose de debajo de las pieles, estaba temblando pero sin ninguna herida. El propietario de la casa estaba sorprendido de lo que había pasado y le preguntó al oficial qué había sentido cuando los soldados clavaron sus bayonetas en el montón de pieles.
El oficial le lanzó una fría mirada, cogió al ciudadano por los brazos y lo sacó fuera de su casa, hizo una señal para que sus soldados salieran de sus escondites y sin mayor explicación les hizo formar un pelotón de fusilamiento, no sin antes decir unas breves palabras al oído de uno de los fusileros encargándose éste de transmitir la orden a los restantes. El propietario de la casa no entendía nada, solo se daba cuenta que estaba atado con las manos a la espalda y lo habían colocado en la línea de tiro y cuando escuchó al oficial ordenar: ¡Preparen! ¡Apunten!..... comprendió que su hora había llegado y se puso a temblar de arriba abajo y cayendo de rodillas al suelo. El oficial se acercó a él, lo levantó del suelo y mientras le desataba las manos le dijo:
- Ahora ya sabes cómo me sentí cuando estaba debajo de las pieles.
Mario Domínguez Olaya
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