jueves, 22 de diciembre de 2011


AL ANDAR SE HACE EL CAMINO…Y EN EL CAMINO ENCUENTRAS A DIOS


Hay en mi vida una dimensión que he gozado mucho, pero sobre la he reflexionado poco: la dimensión del caminante. Desde que ingresé al internado en Santa Eulalia a los doce años encontré el gozo de caminar para conocer nuevos lugares o repasar los ya conocidos. La caminata da una perspectiva diferente a cuando se va en carro: entras en contacto más profundo con la naturaleza y con los pueblos; puedes detenerte a conversar son la gente, tienes tiempo para observar detalles, para gozar paisajes; puedes decir aquí me quedo cuando un lugar te ha llamado la atención.

Caminar con otros te ofrece también un espacio de conversación e intercambio en el que no existe la presión asfixiante de la vida urbana; un espacio para el Encuentro con quien te acompaña; por ejemplo con Jorge Ínjoque éramos conocidos por qué era amigo de mi hermano Pepe, pero la amistad profunda nació a raíz de una caminata que hicimos los dos entre Pucusana y Pisco.

Como profesor puedo decir que el caminar junto a mis alumnos ha establecido con ellos una amistad más profunda, y una posibilidad maravillosa para orientar. A veces me encuentro con adultos que recuerdan marcada a fuego las excursiones con un detalle tal que solo es posible cuando esa experiencia ha marcado la vida. Los campamentos, paseos y el Club de Excursionismo han sido tanto o más importantes que las clases en el aula.

El caminar también ofrece un espacio privilegiado para el Encuentro con Dios. No en vano Jesús era un predicador itinerante, y sus discípulos en los primeros años después de su muerte eran conocidos como “los del camino”. Cuando uno camina se generan momentos especiales de oración y de diálogo con Dios; tanto contemplando la naturaleza como escuchando su voz en el interior. Claro, siempre y cuando no estés con los audífonos en las orejas.


Puedo dar testimonio que muchas veces el Señor se me ha aparecido en el camino. No en la imagen piadosa de la aparición en un árbol o en una tormenta; se me ha aparecido hablándome a través de la hermosura de la creación, ante la que te quedas contemplando el amor de Dios sin tener palabras para expresar nada. Se me ha aparecido con el recuerdo de mis fallas y caídas, pero con la dimensión del amor que perdona y redime. Se me ha aparecido con la voz interior del amor dándome ánimos para vivir en gratuidad. Se me ha aparecido repentinamente motivándome a orar en ese mismo momento con un padrenuestro, una acción de gracias, una poesía, un carajo o una canción. Se me ha aparecido en la compañía de otras personas, conocidas o desconocidas, con las que he entrado en intercambio profundo. Se me ha aparecido también en situaciones peligrosas en las que el miedo me ha llevado a reconocerme pequeño y a pedir su apoyo para salir de la situación.

Parte de mi amor por el Perú y mi relación con Dios se la debo al camino; espero que los años y la salud me permitan seguir gozando de este privilegio.

Juan Borea Odría

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