La bochornosa “inauguración bamba” de un hospital (con equipos y enfermos “prestaditos” para el show) que protagonizó el Presidente de la República la semana pasada, es ocasión para ir más allá de la noticia. Rechazamos la farisaica indignación de las autoridades contra la prensa, su intento de justificar lo injustificable y esperamos sanción a los responsables por esta falta contra la fe pública. Pero no vamos a detenernos en ello, pues nos interesa sobre todo entender la lógica perversa que origina esta situación.
En el Perú existe la idea que el gobernante es bueno cuando “hace obras”; no importa lo útiles que sean, o el sobreprecio que pueda existir (no olvidemos la justificación de la gente: “roba pero hace obra”). Los gobernantes politiqueros, que con su actitud denigran lo que debería ser la POLÍTICA, saben que “eso es lo que le gusta a la gente” y por ello hacen estas obras con mucha publicidad. Parte de ella la constituyen las “primeras piedras” que anuncian intenciones que no siempre se llevarán a cabo, y las “inauguraciones”, que deben contar con la correspondiente cobertura mediática para que den el resultado deseado; y por supuesto con la presencia protagónica del que será beneficiario de la publicidad.
Así se construye la imagen del gobernante eficiente e interesado por el pueblo. Como no siempre hay obras por inaugurar, entonces se recurre a montarlas. Esto es muy antiguo, y en mis viajes por el interior del país he constatado centenares de casos: la carretera se inaugura por tramos, para tener más apariciones; se hace el pabellón de un colegio, pero se pinta de naranja todo el resto del mismo y se inaugura como si fuera nuevo; se pone placa nueva a algo que sólo se ha maquillado. Se hacen también constantes “remodelaciones” de parques o plazas de armas en lugar de invertir en necesidades urgentes como agua, desagüe, energía, infraestructura productiva.
Pero todo esto sucede por una actitud cómplice de la población. A la gente le gusta que sea la autoridad la que inaugure; y pueden esperar meses sin usar algo ya listo, esperando la “augusta presencia” del personaje inaugurador. Muchas veces el viaje de un presidente con su comitiva, prensa, equipo de seguridad uno o varios días antes, horas de vuelo en avión, viáticos, fanfarria, es dos o tres veces más caro que la pequeña obra que se ha inaugurado. Pero todos contentos porque “vino el presidente”.
Atención, que no estoy en contra que una autoridad visite muchos lugares; pero no para inaugurar nada, ni para dar discursos, sino para escuchar, conocer, empaparse de los sentimientos y necesidades de las personas, y poder luego dar mejores normas y disposiciones. Lo que el pueblo necesita de un gobernante es liderazgo democrático que impulsa a construir, que crea solidaridad, que redistribuye la riqueza, que genera producción. Pero la gente, con mentalidad paternalista interesadamente creada por los parásitos de la política, quiere que cuando va la autoridad se le regale algo. Recuerdo en mi paso por el Ministerio, que para todo viaje de Ministro o Viceministro se debía llevar algo para dar, o prever alguna obra que inaugurar. Por eso un alcalde como el de Lima que no dirige la vida de la ciudad, que no ha honrado su deber de ser “presidente regional” de Lima Metropolitana y no ha recibido ninguno de los sectores que todo el resto de gobiernos regionales ya recibió, tiene alto nivel aprobación. Electoralmente esta táctica da resultados; pero qué daño le hace a la conciencia cívica de la población.
Debemos esforzarnos para el cambio de paradigmas en la población, empezando por lo pequeño. Las obras se deben inaugurar sin ceremonias, con el uso mismo de la gente. Y el estilo de presencia de la autoridad debe cambiar. ¿Será posible que lleguemos a esto?
Juan Borea Odría
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