sábado, 23 de abril de 2011


Corría el mes de marzo del año ’94, estaba por salir la 7ma. edición de ECONOSOUR y los efectos de la publicidad y difusión comenzaban a rendir sus frutos; nosotros procuramos, desde el comienzo, cumplir con todos los requerimientos de la formalidad (registros públicos, RUC, licencias, etc.) y el tema de la licencia municipal de funcionamiento estaba, en ese momento, a la orden del día así que nos dividimos las tareas y Daniel se encargó de recopilar toda la información necesaria (documentos, fechas, tasas por pagar, etc.) y yo, con esos datos, me encargaría de llevar a efecto los trámites respectivos; debo confesar que siempre he tenido –hasta hoy- aversión al ajetreo burocrático, me llena de tensión la sola idea de las colas interminables, de la peregrinación de oficina en oficina, del maltrato hacia tus derechos y el sin fin de papeles y sellos que acaban por despersonalizarte y convertirte en un simple código alfanumérico que casi siempre termina por perderse; es así que todo esto me hacía barruntar que el día del trámite no sería el mejor de los días y, lamentablemente, no me equivoqué,  finalmente, tuve que regresar al día siguiente para que me dieran por fin la fecha de la inspección ocular necesaria para la licencia municipal de funcionamiento.

Recuerdo que aquel día regresé casi a las tres de la tarde con todo el sopor del caluroso mes de marzo sobre mis espaldas, y ahí estaban Daniel y El Gringo que, con su habitual risotada espontánea y estentórea, me dijo – y Rocco como te fue; y yo sólo atiné a contestar: - todo esto es una cagada… y fui directo a sentarme frente a mi escritorio donde tomé un lapicero y un papel y de un tirón desparramé en un relato toda la frustración que la burocracia había metido en mi cuerpo; acabé de escribir y se la di a mis amigos para que la lean y ahí mismo decidieron que se publique en la sección “Signos de Creación” de nuestra revista. Han pasado 17 años desde aquel día y ahora, hurgando entre papeles y recuerdos me vuelvo a topar con este relato que ahora compartiré con ustedes, solo quiero mencionar, para ubicarnos contextualmente, que por aquellos años aún no existía el “palacio municipal” de hoy y los trámites administrativos discurrían entre el local principal de la municipalidad en la Av. Los Héroes y la “biblioteca municipal” en Pamplona Baja que más parecía una pocilga de esteras y calaminas.

“EL TRÁMITE
(Todo parecido con la realidad no es pura coincidencia)

La mañana transcurrida reafirmó mi convicción de que hoy sería un día más, como cualquier otro. Ya el mediodía canicular había esculpido ese momento con la monotonía de una rutina burocrática y lejos estaba de imaginarme, que dentro de unos momentos estaría en las mismas puertas del infierno.

- ¡Acomódense que al fondo entran cuatro!; vocifera una voz más próxima a la orden cuartelaría que a la invitación o la sugerencia, es el comienzo de la irracionalidad y el vaivén del chasís de la combi, sobre los baches lunares, se haría cargo de acomodar lo incomodable con una mezcla de sudores y vapores que haría enrojecer de envidia a cualquier alquimista en la búsqueda del elixir de la vida y la piedra filosofal.

 
- ¡Bajan en la esquina!, anuncio tratando de abrir una trocha por aquella jungla de dos metros de largo por veinte centímetros de ancho, alcanzo por fin la puerta y bajo pero una cuadra mas allá de mi destino, me quedan dos opciones: volver a subir y reclamarle al chofer para que regrese en retroceso al lugar indicado o girar sobre mis talones y hacer el aludido recorrido por mi propia cuenta y riesgo; me decido al instante por lo segundo y compruebo entonces que no he traspasado, aún, el lindero de la cordura.

Estoy ahora frente a un puente peatonal nuevo y se me hace un nudo en la garganta, quizás sea por su empinada escalera que con una inclinación de treinta grados te absorbe hacia arriba, o quizás por el lúgubre color de su pintura que lo avejenta prematuramente, o quizás también por el hecho de que es una parábola te hace saltar sobre un tren inexistente que se burló ayer y continúa burlándose hoy de la candidez y la correa ancha de nuestro pueblo

He traspuesto la frontera, y estoy parado frente a un pálido edificio que transpira aburrimiento y es sitiado por tramitadores, a la par de ser custodiado por policías particulares que me indican por donde debo caminar, hacia que ventanilla ir, con quien hablar, en fin, si puedo respirar detrás de los caballetes que resguardan una puerta de metal a diez metros de distancia y ponen a buen recaudo más de una mala conciencia.

Luego de tanto escuchar indicaciones que no dicen nada, me doy cuenta que estoy en el mismo sitio, aunque con la vaporosa claridad de saber que lo que busco está en otro local, a seis cuadras de distancia. El calor se mezcla con el polvo y puedo cortar por rebanadas el sopor de aquellas calles; pregunto por la biblioteca y un señor me responde con tal desdén que me inundó de tristeza:

- Por allá, en esas esteras.

Me dirigí hacia el lugar indicado, tensando al máximo mis neuronas para reflexionar sobre porqué tenía que llamarse aquel lugar biblioteca, porqué en tal lugar debía realizarse trámites administrativos y por qué la gente merecía tal destino. Estaba en estas cavilaciones cuando me doy cuenta que la cacería ha comenzado, debo encontrar primero la presa, cuál escritorio será -están todos tan juntos-. Las fieras me miran recelosas maldiciendo para sus adentros y afueras a aquel contribuyente furtivo que ha tenido la osadía -o la ingenuidad- de penetrar en sus territorios faltando sólo un cuarto de hora para la salida. Doy con ella, se entabla una lucha visual e intenta transmitirme su helada ira a treinta grados de temperatura amplificada por viejas y polvorosas calaminas, mecánicamente toma un talón de recibos, garabatea sobre él el importe a pagar, los sella y maquinalmente me los alcanza.

- ¿Dónde está la caja?, pregunto y veo una sonrisa triunfal en su rostro.

- En el local principal, responde, pague ahí, fotocopie todo lo que le entreguen (no hay presupuesto para copias ni papel carbón) y regrese para decirle la fecha en la cual le darán la fecha de la inspección.

Resignado retomo el vía crucis, seis cuadras de regreso, hacer una nueva cola para recabar un formulario y otra cola para pagar; otras seis cuadras de regreso hacia la biblioteca y encontrar toda esta tragedia resumida en un cartelito que dice: CERRADO, REGRESE MAÑANA.

Marzo de 1994”

Mario Domínguez Olaya

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