sábado, 20 de agosto de 2011


HAMBRE EN SOMALIA

 Aquel febrero de 1990, me sentía particularmente agobiado con los 7,500% de inflación que nos dejaba el 1er. gobierno de Alan García y que sumado al recrudecimiento de las acciones terroristas pintaban un panorama incierto para nuestro país. Aquella cálida noche de verano llegué a mi casa, me puse a ver el noticiero y la primera imagen que vi fue a un niño desnutrido que literalmente moría en medio de una calle de Somalia ante la indiferencia de la gente enfrascada en una inacabable guerra civil; esa imagen me impactó sobremanera y el ser humano se convirtió en un nudo en mi garganta, vi con nitidez que las distancias geográficas se diluían en la miseria común y que no había gran diferencia entre ese niño somalí que moría de hambre en una calle y el niño peruano que comía nicovita en Villa El Salvador en los días de la debacle hiperinflacionaria de Alan García y los “doce apóstoles”.


 Han pasado 21 años desde entonces y nuevamente el fantasma del hambre vuelve a galopar por el Cuerno Africano y se ensaña nuevamente con Somalia empujando a una muerte segura a 3.5 millones de personas –en su mayoría niños- como producto de la guerra civil, del letal fundamentalismo religioso, del saqueo económico de las transnacionales y de una implacable sequía que se ha empeñado en convertir en desierto lo que ayer fue selva frondosa, quizás, como una respuesta categórica de la naturaleza a la insana rapacidad ambiental del ser humano que se cree el “rey de la creación”; hoy día la esperanza de vida en Somalia a duras penas llega a los 50 años, en una era que se supone “civilizada”, de alta tecnología y globalizada; la misma ONU a través de su oficina para la agricultura y alimentación (FAO) sostiene que en bloque las economías mundiales –sobre todo de los países ricos y “desarrollados”- están en capacidad de producir comida para 12 mil millones de personas, es decir que si tenemos en cuenta que la población mundial es de 7 mil millones entonces nadie debería pasar hambre, debería haber sobreabundancia de comida; en 1990 morían 300 mil personas en Somalia hoy morirán 3.5 millones de personas, de seres humanos como tú y como yo.

La ONU estimó que 12.4 millones de personas han sido afectadas de manera directa por la sequía en los países que conforman el Cuerno de Africano, lo que incluye además de Somalia a Kenya, Etiopía y Yibuti; actualmente, el acceso a la tierra es un bien escaso, la compra masiva de suelo fértil por parte de transnacionales (agroindustriales, Gobiernos, fondos especulativos…) ha provocado la expulsión de miles de campesinos de sus tierras, disminuyendo la capacidad de estos países para autoabastecerse. Es así, que mientras el Programa Mundial de Alimentos intenta dar de comer a millones de refugiados en Sudán, se da la paradoja de que gobiernos extranjeros (Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Corea…) compran las tierras africanas para producir y exportar alimentos para sus poblaciones.


Somalia, a pesar de las sequías, fue un país autosuficiente en la producción de alimentos hasta fines de los años setenta. Su soberanía alimentaria fue arrebatada en décadas posteriores. A partir de los años ochenta, las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para que el país pague la deuda externa con el Club de París, forzaron la aplicación de de medidas de ajuste económico. En lo que se refiere a la agricultura, estas implicaron una política de liberalización comercial y apertura de sus mercados, permitiendo la entrada masiva de productos subvencionados, como el arroz y el trigo, de multinacionales agroindustriales norteamericanas y europeas, quienes empezaron a vender sus productos por debajo de su precio de costo y compitiendo deslealmente con los productores autóctonos, además, las devaluaciones periódicas de la moneda somalí generaron también el alza del precio de los insumos y el fomento de una política de monocultivos para la exportación forzó, paulatinamente, al abandono del campo; esta historia a pesar de darse en el África no nos es tan ajena, yo diría muy parecida a lo que ocurre con nuestra economía rentista y dependiente.


Me pongo a pensar en las grandes desigualdades del género humano, nosotros llegamos a nuestras casas y siempre encontraremos algo que llevar a nuestras bocas, mientras que al otro lado del océano millones de personas caminan 100 Km. hacia los campos de refugiados huyendo de la guerra y el hambre cargando sobre sus hombros cotidianas historias terribles como aquella mujer que partió por el desierto con cuatro niños y llegó solo con uno, la madre tenía que tomar la dramática alternativa de abandonar a los más débiles y proseguir con el que esté lo suficientemente fuerte para aguantar el camino.

A continuación los dejo con un poema que lo compuse en 1990 precisamente después de haber visto aquella terrible imagen de un niño muriendo en una calle, hoy después de 21 años el hambre continúa su mortal recorrido:

EL NIÑO SOMALÍ
(Nada humano me es ajeno – Terencio)

¿Qué será del niño somalí
derrumbado por el hambre?
¡Niño somalí!
¡Hoy tengo la vida
en carne viva!
No esperaron que robes
el fuego de los dioses
para encadenarte
en una montaña
y enviar un buitre
para que todas las mañanas
devore tus entrañas.
No esperaron que cumplas
treinta y tres años
para canjearte por Barrabás
y crucificarte.
No podían perder el tiempo,
aquellas manos
del niño hambriento
eran peligrosas,
su sonrisa mortecina
una esperanza inaceptable,
su mirada agonizante
una amenaza colosal,
su hambre manifiesta
una caldera hirviente
a punto de estallar.
(febrero 1990)

Mario Domínguez Olaya

VIDEO QUE HABLA POR SI SOLO

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