domingo, 6 de noviembre de 2011


LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES
No matemos la esperanza que existe en nuestros corazones
Por el P. Clemente Sobrado

San Mateo 25, 1 - 13:

  “Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola. El Reino de los Cielos se parece a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. A media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan." Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco." Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.”

Reflexión

 ¿Cómo andamos de esperanza? La parábola de Jesús sobre estas diez vírgenes que salieron al encuentro del esposo es una llamada a mantener viva la espera y la esperanza. Una esperanza que, como el aceite de las lámparas, corre el riesgo de irse desgastando y consumiendo hasta que las lámparas de la espera terminan apagándose.

El problema es que cuando se apaga la esperanza, terminamos llegando siempre tarde, cuando las puertas ya están cerradas. Hay cosas en la vida que son importantes, pero sin esperanza la vida se torna imposible porque sin ella uno termina preguntándose para que vivir, para qué luchar. Benedicto XVI dedicó su segunda Encíclica precisamente a la Esperanza.

La primera fue dedicada al Amor, la segunda a la esperanza. Comienza precisamente citando la Carta a los Romanos donde Pablo nos dice que “en esperanza hemos sido salvados” (Rm 8,24). El comenta: “Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.” Además cita también la Carta a los Hebreos donde se nos dice: “Firme confesión de la esperanza.” (10,23) Luego menciona la Carta a los Tesalonicenses que nos pide: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza.” (1Ts 4,13)

La esperanza es la que enciende la lámpara de nuestras vidas y nos hace aguantar y soportar el presente porque esperamos algo mejor. Hará como unos meses me pidieron una misa de acción de gracias. Después de la Misa se me acercaron a la sacristía la mamá, el hijo y la esposa y me dijeron: "Hace quince años mi hijo los médicos lo dieron ya como un imposible. Su muerte era inminente. Habría una posibilidad de una intervención muy difícil, que tampoco era una garantía, y por las ganas de vivir se sometió a la operación. Ya han pasado quince años y está como un roble de salud."

Con frecuencia nos dedicamos a matar las ilusiones y las esperanzas en el corazón de los hijos y de los jóvenes cuando, por ejemplo, les decimos “tú no vales para nada”, “tú eres un inútil”, “tú nunca harás nada en la vida”. En el hijo y en los jóvenes debiéramos despertar más la autoestima y valoración de ellos mismos porque sólo cuando uno tiene fe en sí mismo es capaz de luchar. ¿Qué esperanza pueden vivir todos esos niños sin familia, tirados en la calle, sin amor, sin que nadie les diga una palabra de aliento?

Ustedes se preguntarán, si no hubo algo de egoísmo en la actitud de las vírgenes prudentes? No hay egoísmo alguno. Lo que hay es una llama a la personalización de nuestras respuestas a las llamadas o invitaciones. Nadie puede responder por otro. Nadie puede ir a la boda por otro. Nadie puede creer por otro. Nadie puede esperar por otro. Cada uno es responsable de sus decisiones.

El Papa comenta: “En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro”, y vuelve a repetir él mismo: “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente.” El hoy se hace pesado, cuando no esperamos el mañana. El sufrimiento se hace pesado, cuando perdemos la esperanza de la curación. La tristeza nos mata, cuando no hay esperanza de la nueva alegría.

Las lámparas son el símbolo de la esperanza viva. El aceite que se gasta y agota es el símbolo de la esperanza que se va muriendo. Aquí me parece interesante lo que ya citamos de Benedicto XVI: la esperanza es algo esencial para el cristiano.

Fuente
La Iglesia que camina


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