martes, 15 de noviembre de 2011


LA VISITA ESPERADA
El diario trabajo de un geriatra

Sonó intempestivamente la puerta, era la visita esperada y los niños corrieron a despertar a la vieja anciana, que dormitaba rutinariamente a esas horas. Para ella el día era noche y la noche el momento en que sus ojos estaban más despiertos que nunca, y las ganas de hablar iban casi de acorde con las ganas de miccionar. Dolor de cabeza para toda la familia, que vivía de esta manera, al ritmo que la anciana imponía.

¡Que pase por favor!, en voz alta con un sonoro suspiro final clamo la mamá de la casa, hija a su vez de la anciana que somnolienta refunfuñaba a los intentos de los niños por despertarla y a los cuales maldecía con más de un improperio del callejón más bravo del distrito.

Quien lo diría de doña Carlota, otrora y bien renombrada señora de la sociedad limeña y que en algún tiempo profesora de Educación Cívica, silenciaba y reprimía a aquel alumno que pudiera proferir una palabra subida de tono o una vulgar lisura en su presencia.

Ingresado ya el visitante, es invitado a sentarse por la pareja de niños, no sin antes espantar a Fido del mueble, quien amenazante gruñe y ladra enérgicamente al joven visitante, que solo atina a esperar a que retiren y pongan en buen recaudo al can.

¡Va a tener que esperar un momentito por favor, mi mami se ha pasado y se ha encharcado toda, pero en un minuto se la tengo lista! El joven visitante, miró al techo de la casa, como queriendo mirar al cielo y proferir una blasfemia, pero muy reprimido, guardando la compostura debida atinó a responder un ¡no se preocupe señora aquí la espero!.

Había resultado toda una caja de pandora la visita a la viejita, con escaza información, desde la avenida principal, el mapa mostraba apenas cinco cuadras a la supuesta calle donde vivía doña Carlota. El trayecto en cuestión, no se describía como una cuesta, de pendiente sinuosa, en forma de trocha, cual trayecto serrano al pueblo más recóndito de Huancavelica. Huecos y barro y un terrible olor a deyecciones en combinación humana y canina, que acompañaban al agreste paisaje suburbano de esa localidad, mas aun acababa de suceder, al dirigirse a la dirección referida al doblar una esquina había chocado con un presuroso jovenzuelo que lo hizo trastabillar y botar su folder de trabajo, rodando por el suelo toda la papelería que llevaba, siendo casi rematado para caer por un segundo corredor que escapaba a los gritos de un vecino:

¡Choros, auxilio, choros!.

No supo en ese instante cual fue su preocupación principal, si sus implementos de trabajo ensuciados en la caída o su seguridad venida a menos en un barrio que no le mostraba garantías de salir sin perjuicio alguno. En el colmo de los males, los datos de la dirección que llevaba no eran claros, la Manzana W tenía la posibilidad de ser W o W´, y dada esta situación, ya lo habían tirado al desvio en dos ocasiones al preguntar a más de un lugareño.

Definitivamente la primera posibilidad no podía ser, ya que apuntaba a una lejanía mucho mayor, pero que difícil resultó llegar, cuando a puertas de entrar en la cuadra correcta, un conjunto de perros vagos impedían el paso con tranquilidad de los transeúntes, y perplejo el recordaba la cinofobia mas traumática de sus infantiles años. Así mismo, las veredas ocupadas por grupos de muchachos, a flor de juventud acelerada y marchita, fumando del mismo cigarrillo extraño, sonreían sarcásticamente a su paso y le pedían una propina de forma no tan sutilmente amenazante. Atinó a darle a uno de ellos un par de soles y aprovechó preguntar por la dirección que buscaba.

¡Viene a buscar a la Tía Carlota! Exclamó uno de ellos, ¡Mira Tío el jato es ese que está al lado de la Tienda, pasándola nomas!, ¡Gracias sobrino! , contestó risueño y se alejó raudamente del grupo bajo el ladrido de los canes que amenazaban acercársele. Al llegar por fin a la casita humilde de doña Carlota, suspiró profundamente, no importaron ya los olores y temores alrededor, pero he aquí que la larga espera de interminables minutos, estaban colmando su ya alicaída paciencia, y solo se preguntaba ¿Y como salgo de aquí?.

Raspaba los pies en el suelo, sentado en la sala, intranquilo por el prurito intenso que sintió a los pocos minutos de ingresado al recinto, cuando sentía que ya no podía más, apareció por fin Doña Carlota, llevada casi a rastras por su hija y uno de los niños que lo recibieron. Renegando Y maldiciendo de la forma más inimaginable, y su hija sonrojada atinaba a pedir disculpas sumamente avergonzada. Su mirada era vacía, indiferente quizás, con el cabello desgreñado y un olor sui generis fruto del triunfo de su no querer saber nada con el baño diario necesario.

 ¡Por fin llegó, usted no sabe cuánto lo necesitamos! Exclamo la extenuada hija. El joven la miró fijamente, no podía disimular la lástima sentida, respondió inmediatamente

¡A sus ordenes señora soy el Dr. Valiente, Medico de PADOMI para servirles!

El Dr. Joe 90

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