Son varios los acontecimientos que concurren en el mes de setiembre, el derecho a la coincidencia que la historia se reserva no solo se da en términos temporales sino también en su naturaleza cruenta y sobrecogedora; por ejemplo podemos recordar el 5 de setiembre de 1972 en las olimpiadas de Munich –conocido después como “setiembre negro- cuando un comando palestino tomó de rehenes a varios atletas israelíes y el “rescate” por parte del ejército israelí que provocó la muerte de 11 deportistas, 5 comandos palestinos y un policía alemán; al año siguiente, el 11 de setiembre de 1973, el sangriento golpe fascista de Pinochet en Chile contra el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, se desató una feroz orgía sangrienta con fusilamientos masivos en el Estadio Nacional y en las tristemente “célebres” Caravanas de la Muerte en el desierto de Atacama donde llevaban a asesinar a pobladores y dirigentes obreros en columnas de 50 en 50. Por otro lado, unos años después, el 16 de setiembre de 1982, el ejército israelí al mando de Ariel Sharon perpetró un salvaje genocidio en los campos de refugiados de Sabra y Shatila en Beirut donde asesinaron, violaron y mutilaron a 4000 civiles en su mayoría niños, mujeres y ancianos. Por último, en fecha mas reciente, tenemos los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York siendo uno de los atentados terrorista mas cruentos ejecutados por el grupo islámico Al-Qaeda de Osama Bin Laden.
En esta ocasión, me permito transcribir algunas partes del testimonio de uno de los colosos de la literatura latinoamericana: Pablo Neruda. Estas líneas las escribió en su residencia de la Isla Negra -luego saqueada y quemada por las hordas fascistas de Pinochet-; 9 días después, el 23 de setiembre, moriría al recrudecerle el cáncer que padecía pero, creo yo, que realmente se murió de tristeza.
TESTIMONIO
"Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo. …Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa… De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados.
Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de "Patria y Libertad", dispuestos a romperles la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido Demócrata Cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice.
Estos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los viveros del acaparamiento, los "miguelitos”, los garrotes y las mismas balas que ayer hirieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en Salvador, en Puerto Montt, en la José Maria Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos "pequeños detalles"…
Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera. Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera a las compañías extranjeras. Allende fue asesinado por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y sufragaron estos movimientos militares.
En ambos casos las casas de los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos "aristócratas". Los salones de Balmaceda fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores.
Sin embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante sé vio rodeado de enemigos. Su superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo...
Allende nunca fue un gran orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los detalles. Le tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabia de que se trataba.
Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales causas y razones, la obra de que realizó en tan corto tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile. Sólo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva. Las obras y los hechos de Allende, de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación.
El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante siglos fue el centro de la vida civil del país.
Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver. La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la Republica de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en si misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile."
Pablo Neruda
Mario Domínguez Olaya
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