
EN TORNO A LAS PALMAS MAGISTERIALES: REFLEXIÓN Y AGRADECIMIENTO

En la ceremonia central por los 25 años de creación del Héctor, me entregaron como regalo la copia del expediente, que recién leí cuando se publicó la Resolución Ministerial otorgando la condecoración. Lo expresado en las cartas de presentación, sumado a los saludos personales y los correos que muchos han enviado al enterarse, es de lejos lo mejor de este proceso y me compromete a compartir algunas reflexiones con quienes me aprecian.
Considero positivo que el Estado reconozca la trayectoria de personas e instituciones. Sumergidos en una cultura de la sospecha y el “maleteo”, anunciar las cosas buenas es proclamar que nuestra sociedad es viable, que tenemos más elementos buenos que malos. Y por ello agradezco a los funcionarios del Ministerio y a los integrantes del Consejo de la Orden de las Palmas por esta designación.
Es necesario también dejar muy claro que esta condecoración no la recibo a título personal. Lo hago junto a miles de personas con las que me he relacionado, he interactuado y de las cuales he recibido mucho: familiares, profesores, amigos, compañeros de estudio, colegas docentes y administrativos, alumnos, exalumnos, funcionarios del Ministerio, militantes de partido, hermanos de comunidad en la fe, consocios de instituciones de servicio. Sin ese mutuo dar y recibir, nadie forja una personalidad positiva.
Muchos han expresado en sus líneas de propuesta o de saludo una serie de virtudes y aciertos; tengo algunos talentos que recibí de Dios, y siento el deber y la alegría de compartirlos. Pero considero como mi capacidad más valiosa sintonizar con lo mejor de cada persona con la que me relaciono. Todos tenemos cosas buenas y malas; en mi vida he intentado siempre detectar lo bueno de cada cual, y sobre ello sumar lo bueno mío para ser parte de la “luz del mundo”.

Quienes bien me quieren me dicen que hubiera sido mejor la condecoración en el grado de Amauta. Yo creo que no: el Amauta es el sabio, y lo que he querido ser desde mi niñez no es sabio, sino maestro. Si bien me gradué como profesor en 1977 en la Universidad Católica (a la que debo tanto), mi formación docente empezó en realidad en la extraordinaria secundaria que viví como interno en la Villa Marista, donde aprendí muchos de los valores y habilidades que hoy desarrollo. Desde que hace 39 años me inicié profesionalmente como docente en el colegio Champagnat de Chosica (cuando tenía 17 años de edad) nunca dejé el aula; continué enseñando en la Escuela de Cabos y Marineros, en el Maristas San Juan, en la Recoleta, y por último en el Colegio Héctor de Cárdenas, institución que junto con la comunidad cristiana del mismo nombre es parte de mi vida. Pido a Dios que sea siempre el colegio motivador, personalizado y comprometido que es hoy.
Ser condecorado es un nuevo reto: siempre se espera más del que ha sido objeto de reconocimiento público. Siento que este reto es mejorar cada día; que los años que vienen me den más sabiduría, pero no me apaguen la energía y la juventud. Y para ello cuento con el apoyo de todos ustedes, pues juntos recibimos la medalla y juntos tenemos que hacer honor a la misma.
Nuevamente gracias.
Juan Borea Odría
Nota del Editor: El artículo Compartiendo desde la Vida por razones de la Gran Fiesta que es la Navidad se publica hoy y no mañana. La noticia sobre la condecoración de Juan Borea la pueden leer haciendo click aquí.
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