sábado, 31 de enero de 2009


Liev Nikoláievich Tolstói (1828 – 1910) es uno de aquellos personajes monumentales que aparecen esparcidos por ahí de siglo en siglo, siendo junto con Mijail Bakunín y Alexandrovich Kropotkin, los forjadores primigenios de un horizonte libertario en el corazón de una Rusia zarista anquilosada y anacrónica que se negaba a dejar sus privilegios y una poderosa fuerza obrera y campesina que arrolladora a lo largo de todo el siglo XIX cambiaría el rumbo de la humanidad.

Tolstoi construye, en sus 82 años de vida, una nueva ética social sobre la base de su propia existencia al renunciar voluntariamente a la vida superficial, parasitaria y despótica de la aristocracia (recuérdese que él era Conde por herencia nobiliaria) y asumir la suerte de los mujik (campesinos pobres y sin tierra) y de la naciente clase obrera frente a los abusos del poder establecido, enfrentándose con la poderosa y anquilosada iglesia ortodoxa de los popes a quienes exhortaba a vivir en concreto, como vivió Cristo, al lado de los pobres y a poner sus tesoros y propiedades acumuladas al servicio del pueblo. Su palabra quedó plasmada en la enormidad de sus obras como “La Guerra y la Paz” y “Anna Karénina” que no solo son retablos minuciosos de la existencia humana y sus contradicciones sino también el reflejo de toda una época signada por el permanente movimiento de la gran rueda de la historia; por otro lado y para júbilo nuestro, junto a estos monumentos literarios, también nos ha dejado regadas algunas perlas bajo la forma de cuentos que no por ser cortos dejan de encerrar la grandeza de su pensamiento, veamos una de estas joyas:


HISTORIA DE UNA CAMISA (La felicidad que no se puede comprar)

Un Zar, hallándose muy enfermo dijo:
¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!

Entonces todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para curar al Zar, mas no encontraron medio alguno. Uno de ellos, sin embargo, declaró que era posible curar al Zar.

Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz –dijo-, quítese la camisa y que se la ponga el Zar, con lo que éste será curado.

El Zar hizo buscar en su reino a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, mas no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron a un solo hombre contento con su suerte. El uno era rico, pero estaba enfermo, el otro gozaba de salud, pero era pobre. Aquel, rico y sano, quejábase de su mujer, éste de sus hijos; todos deseaban algo. Cierta noche, muy tarde, el hijo del Zar, al pasar frente a una pobre choza, oyó que alguien exclamaba:


Gracias a Dios he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta?

El hijo del Zar, sintiéndose lleno de alegría, inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien en cambio había de darle cuanto dinero exigiera.

Los enviados presentáronse a toda prosa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el hombre feliz era tan pobre que no tenía camisa." Liev Tolstoi

Mario Domínguez Olaya

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