Por P. Ernesto León D. o.cc.ss
Lucas (16,19-31): «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahám. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahám, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahám, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abrahám le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abrahám. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abrahám le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»
Reflexión:
En el mundo que vivimos, parece que sólo tienen nombre los ricos y famosos. Y llama la atención en este texto del evangelio, que no se nombra al rico, se nombra exclusivamente al pobre. Contrariamente a lo que pasaría en ¨el mundo¨. Precisamente, porque Dios Padre, nos conoce a cada uno por nuestro nombre y se quiere resaltar aquí, la especial predilección del Padre, por los que son despreciados por el mundo, por los humildes.
Vale la pena evaluar nuestra vida de frente al rico y de frente al pobre Lázaro. El rico se vestía con gran lujo y elegancia y a diario daba espléndidos banquetes, tal vez se trataba de un hombre vestido con el ropaje de la apariencia que en ocasiones se mostraba lujoso, pero que en el fondo era harapos; se mostraba elegante ante los hombres de su propia condición, pero inhumano con los pobres, daba abundante comida a sus amigos, sin darse cuenta que su corazón estaba ávido de Dios y su estómago repleto de orgullo.
Por su parte el pobre Lázaro que representa la cotidianidad de la vida, adornada de flores y espinas, aceptó su realidad aunque sin conformarse con ella, y se salvó y se fue al cielo no por el hecho de ser pobre; sino por haber depositado su confianza, es decir su vida en DIOS. Mientras que el rico confiaba en sí mismo y en sus riquezas, el pobre confiaba y esperaba en Dios y en su misericordia. Los dos no escaparon a la muerte, el uno y el otro con o sin dinero experimentaron el juicio y a cada uno se le dio según sus obras. Mientras en vida el pobre necesitó del rico, en la vida eterna el rico necesitó del pobre, gran paradoja es ésta y se refiere a cultivar el cielo en esta vida, para cosechar el cielo en la vida futura.
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