sábado, 18 de septiembre de 2010


De cuando en cuando se me da por aventar alguna sonda en la interioridad humana, estos últimos días lancé el anzuelo y, en lugar de pescar una trucha o truchita –como Pulgarcito y Moroco- me salgo encontrando con el viejo Freud y comienzo a escarbar algunas ideas suyas sobre los instintos y las pulsiones primitivas del ser humano.

Eros (vida), Tánatos (muerte) pulsiones primigenias y motoras que el psicoanálisis incorpora en sus interpretaciones y que son tomados de la mitología griega para interpretar los instintos de vida y muerte en el ser humano; en el caso del tánatos (la muerte suave para los antiguos griegos) explicaría aquello que Freud denominaba "aquello que va más allá del placer" el instinto de muerte, la inclinación hacia el estado de tranquilidad total, hacia el cese de la estimulación y de la actividad, una añoranza por regresar aquel estado inorgánico inicial y primitivo.

Este instinto, claro está, no va solo –o no debiera ir solo- va de la mano con otros instintos positivos, formando junto con el instinto de vida o Eros las disposiciones básicas de todo ser vivo, y por supuesto también del ser humano. Luego de leer algunas cartas del viejo Sigmund se me ocurrió escribir este diálogo ficticio con tánatos y que –para efectos literarios- le doy forma de mujer ya que por algo será que la vida y la muerte tienen género femenino; la mujer, siempre la mujer, el principio y el fin, el alfa y omega de todo lo que conocemos como humanidad. Hoy le tocó a tánatos, la muerte –esa vieja conocida-, mas adelante le tocará el turno a Eros.


DIÁLOGANDO CON TÁNATOS
La encontré ahí, tranquila, esperando, estaba sentada en aquella banca de aquel parque solitario pero con jardines bien cuidados. En realidad no imaginé encontrarla, me miró a los ojos con atención como tratando de escudriñarme por dentro y me dijo:

- Hola, puntual como siempre, hace tiempo que no nos vemos; aunque por tu expresión percibo algo de sorpresa, no recuerdas acaso que tú mismo me citaste para este día, a esta hora y en este lugar.

La verdad, sea dicha, no lo recordaba pero como ya estaba ahí, me senté a su lado y sonriente le dije:

- Charlemos entonces, recuerdas la última vez que nos vimos, la situación era muy tensa, vi que venías directo hacia mí y cuando estabas a la distancia de un suspiro me tomaste del brazo y susurraste en mi oído: - Ahora no, y pasando de largo te llevaste a Ramón, que estaba a mi costado.

Ella replicó entonces:
- Fue porque simplemente no era el momento, aunque tú opinaras lo contrario; me fui con Ramón y luego regresé por un momento, conversamos unos minutos y sólo tomaste conciencia de la situación cuando te detuvieron y decomisaron la Taurus que ya tenías rastrillada y sin el seguro puesto. Aunque no lo creas yo comprendía lo que en ese momento pasabas y me daba cuenta del gran tamaño de tu frustración.

La escena regresó a mi mente en unos segundos -como en una película- y pude casi ver y oir, nuevamente, como me emplazabas y me devolvías a la realidad; recuerdo cada una de tus palabras y la seriedad de tu mirada; el mundo, tú mundo, se derrumbaba –dijiste- y tu quieres desaparecer junto con él, como si con tu fin fuera a terminar todo lo que existe, ¡qué pequeño burgués eres! crees que todo gira a tu alrededor y no eres capaz de percibir el horizonte de largo plazo, que antes que tú y después que tú las cosas seguirán fluyendo, que tu muerte no resolverá nada excepto tu gran ira y frustración personal y por el contrario, complicarías muchísimo la situación de todos, ¿cómo puedes siquiera pensar en construir un hombre nuevo cuando no entiendes y asumes las imperfecciones del ser humano actual, concreto, de carne y hueso del que tú también formas parte?, tu deber, tu compromiso -hoy más que nunca- es seguir vivo, aunque eso te cueste la vida.

Los recuerdos de aquellos aciagos días, volvieron a tensar mi espíritu y por unos breves instantes se escuchó un gran silencio entre ambos (dicen que cuando aparece un silencio entre dos es porque un ángel pasó); ella dejó pasar al ángel y rompió el hielo de esa eterna brevedad diciendo:

- Yo también lo recuerdo, y me acuerdo que todo junto se te vino encima; primero fue la terrible noticia del asesinato de Ana Mariana, seguidamente el dolido discurso de Marcelino en sus funerales, llamando a redoblar la lucha con nuevos y mejores compromisos y finalmente, la estocada final, la revelación de que había sido el propio Marcelino quien mandó asesinar a Ana Mariana y su posterior suicidio al descubrirse su triste complot; tú que siempre fuiste reacio a los arquetipos y que precisamente Marcelino era uno de los pocos, poquísimos referentes vivos que conocías, cómo no mandar todo al carajo incluyendo tu propia vida, era comprensible –aunque no justificable- y en eso recordaste algo muy importante, habías dejado engendrado un hijo que estaba por nacer; realmente no es que recién lo recordaras –él siempre estuvo presente y siempre fue importante para ti-, sino que al cambiar la situación todas tus prioridades tenían que reordenarse y recordaste entonces aquello que el Roby siempre decía: “No porque los que luchamos contra la injusticia seamos vencidos significa que la injusticia tiene la razón”.

Fueron duros esos momentos –te dije- pero ahora que me recuerdas que fui yo quien te cité ¿llegó el momento ya?, ¿debemos partir hoy?. Me lanzaste una mirada melancólica, de esas que solo tú sabes dar y me volviste a agarrar del brazo y me contestaste:

Tranquilo, aún no llegado la hora, sólo quería charlar contigo, verte de nuevo y pedirte que no me sigas llamando por que cuando llegue el momento vendré sin que lo hagas, un poco triste porque me caes bien, pero vendré, ya tú sabes, nadie es eterno y lo que tiene que ser será.

Cerré los ojos un instante y sentí una leve brisa en mis mejillas, casi como un beso, abrí los ojos nuevamente y tú ya no estabas, te habías marchado silenciosa como llegaste, menos mal que ahora sin llevarte a nadie.

Mario Domínguez Olaya

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